jueves, 28 de abril de 2011

PRESTIGIO Y EJEMPLARIDAD: REFLEXIONES DE UN SOLDADO 1

«Estamos viviendo un periodo en el que nadie quiere soportar ningún dolor, en el que se pretenden guerras sin bajas, en el que nadie quiere asumir el menor riesgo. No queremos hacer los cambios necesarios porque pueden traernos algún contratiempo. No es un gran día para los héroes»[1].

Hacía tiempo que quería escribir algo sobre mi concepto del mando y creo que ha llegado el momento. Quizá sea por lo mucho que lo echo de menos, ahora que vivo a la sombra de un ordenador y lo más peligroso que me puede pasar es que se me despunte el lápiz. Decía Villamartín que «de todas las tropas, la nuestra es la menos sensible a la elocuencia militar»[2]. Tampoco estas líneas pretenden ser un modelo de arenga escrita. Poco sentido tendría en este foro. No son más que las reflexiones que, sobre el mando y el liderazgo, hace un oficial a mitad de su carrera militar. Y si de paso inyecto con él una cápsula de moral en estos tiempos complicados a alguno que pase por aquí, daré por más que bien empleado el tiempo invertido en escribirlas.

No busque el lector en estas líneas sesudas disertaciones sobre el liderazgo que tan de moda se han puesto últimamente. Tampoco pretendo volcar aquí las teorías de liderazgo “creativo” que, trasladadas del ámbito civil, han buscado su sitio entre la milicia (sin entender muchas veces que difícilmente un director general conducirá a su plantilla a matar y a morir). Sólo son ideas, fruto de mi limitada experiencia, que buscan entretener, recordar (y recordarme) de dónde venimos y lo que somos, más que sentar cátedra de cualquier tipo.

Siendo cadete en la Academia General Militar de Zaragoza, pude leer una cita en la pared de una de sus aulas que atraía mi mirada hasta ensimismarme y que sin embargo, sin saber por qué, me transmitía intranquilidad. Decía así: «La recompensa del Capitán no consiste en las notas del Comandante, sino en la mirada de sus hombres»[3]. Con la "inocencia" de los veinte años, la frase no me parecía lógica, ya que consideraba ambos aspectos perfectamente compatibles. El capitán que es reconocido por sus hombres, recibe buenas notas de su comandante. Sencillo. Sin embargo, si era así, ¿por qué escribir tal obviedad? Y lo que era más preocupante aún, si era obvio, ¿por qué había pasado a la posteridad? Eran los tiempos en los que buscaba desesperadamente mis modelos militares, mis líderes, más cerca del heroísmo extraordinario que aquél que exige el día a día; porque, salvando las distancias, en nuestro quehacer diario se cumple en demasiadas ocasiones aquello que decía el capitán Palacios en su cautiverio en Rusia: «Era la eterna canción española. El valiente, que sabe morir por un ideal y no sabe, en cambio, vivir defendiéndolo»[4].

Definitivamente, no hay muchos héroes del día a día. Estamos hartos de verlo. Somos capaces de lo mejor y, al minuto siguiente, de sumergirnos en la más absoluta mediocridad. Pero volviendo al tema, la verdad es que disfrutaba en mi búsqueda, porque la Historia militar española, que es como decir la Historia de España, está jalonada por continuos episodios de heroísmo: abnegado y sin elección en muchos casos; frío y meditado en otros; en soledad en unas ocasiones y colectivo otras; pero con un denominador común que es la calidad humana que rebosa, y que confirma aquello de que «en España, los hombres son obras de arte. Ellos son los poemas; ellos los cuadros; ellos los monumentos. Su preeminencia es enorme, pero en este sentido: preeminencia de carácter. En esto, creo que ellos no han sido superados por nadie e igualados únicamente por los antiguos romanos»[5].


Pero entre lectura y lectura siempre aparecía esa maldita cita de la Academia. ¿Qué recompensa recibieron nuestros héroes militares? Las dos, ¿no? «El Capitán Llorens me despidió a toda prisa. Me entregó un talego de ropa usada. "Toma –me dijo–. Si puedes llegar a la plaza les dices a mi mujer y a mi hija que me han matado, que he corrido la misma suerte que papá. Y tú escapa, corre hacia la vía del ferrocarril". En la huida, al menos en su primera parte, el Capitán, que tiraba muy bien, nos protegió, cubrió la retirada para salvarnos»[6].

La veteranía es un grado y con el paso del tiempo empecé a entender la cita de Larrouy. Desde un punto de vista puramente físico, para el hombre mirar hacia arriba y hacia abajo al mismo tiempo es prácticamente imposible. El camaleón sí, pero el hombre, aunque sea militar, no. En el ejercicio del mando pasa algo parecido. Estar constantemente preocupados en satisfacer a nuestros jefes difícilmente nos permitirá velar adecuadamente por el bienestar de nuestros subordinados. «Yo no tengo más familia que mi madre en España, y en Rusia, mi Capitán»[7].

George S. Patton
Pero ojo, un proteccionismo excesivo, mirar exclusivamente para abajo sin tener en cuenta las órdenes, el propósito y la necesaria comunidad de doctrina con el mando, nos llevará sin duda a episodios de indisciplina y, finalmente, al fracaso. Esa justa medida entre los dos extremos, la búsqueda constante de esa mirada camaleónica, no es otra cosa que la lealtad y es, en mi humilde opinión, la piedra angular sobre la que se edifica un buen líder. Pero no confundamos lealtad con servilismo o paternalismo. Como no se cansaba de repetir el mejor coronel que he tenido: La lealtad es un camino de doble dirección, no sólo en la relación entre jefe y subordinado, sino también con nuestros compañeros de empleo. «Nuestro código de conducta era de nunca pensar en nosotros mismos, sino pensar primero en nuestros compañeros porque ellos estaban pensando en nosotros. Nuestra primera regla era morir si era necesario, pero primero salvar a nuestros compañeros»[8]. Luego la lealtad, entendida como «cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien»[9] es, para mí, la base sobre la que se construye un buen líder militar.

(Continuará).






[1] Morton Abramowitz. Asesor del Gobierno Bush. Presidente de la Fundación Carnegie.
[2] Francisco de Villamartín. “Nociones del Arte Militar”.
[3] Larrouy
[4] Torcuato Luca de Tena. “Embajador en el Infierno”.
[5] William Somerset Maugham
[6] R. Fernandez de la Reguera y S. March. “El desastre de Annual”
[7] Torcuato Luca de Tena. “Embajador en el Infierno”.
[8] James Martin Davis. 75th Ranger Regiment.
[9] Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo segunda edición.

miércoles, 13 de abril de 2011

NO TE SIENTAS VENCIDO

Una vez, joven teniente, hice un curso que me llevó varias veces hasta el límite físico y psicológico (o aquel que yo pensaba que era mi límite). Cuando las fuerzas flaqueaban, cuando el cansancio me nublaba la vista o cuando me sentía al borde del derrumbe, traía a mi memoria un poema que había aprendido poco tiempo antes. No sé por qué, me reconfortaba. Al principio lo recitaba mentalmente casi con rabia. Luego iba perdiendo líneas hasta que, finalmente, sólo quedaba un murmullo, una cantinela que repetía una y otra vez: "No te des por vencido, no te des por vencido". 

El poema era el siguiente:

No te des por vencido, ni aún vencido,

no te sientas esclavo, ni aún esclavo;

trémulo de pavor, piénsate bravo,

y acomete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido,

que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;

no la cobarde estupidez del pavo

que amaina su plumaje al primer ruido.

Procede como Dios que nunca llora;

o como Lucifer, que nunca reza;

o como el robledal, cuya grandeza

necesita del agua, y no la implora...

¡Que muerda y vocifere vengadora,

ya rodando en el polvo, tu cabeza!






Años después supe que el autor era Pedro Bonifacio Palacios, nacido en San Justo, provincia de Buenos Aires, Argentina, en el año 1854 y fallecido en La Plata en 1917. Firmaba bajo el seudónimo de "Almafuerte" y fue una pluma rebelde con políticos y caciques locales. El poema es en realidad una estrofa de una poesía titulada Avanti.


Vivimos días difíciles. Cada uno libra su desigual combate contra su Goliat respectivo. Pero ahora más que nunca, cuando parece que todos los frentes están cediendo, hay que repetirse: "No te des por vencido, no te des por vencido".

domingo, 3 de abril de 2011

LAS ARMAS Y LAS LETRAS

Los últimos sucesos ocurridos en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid han terminado de cabrearme. Cuando recibí el Real Despacho de Teniente, me entregaron también un papelito en el que se decía literalmente: “La superación de los planes de estudios de la Enseñanza Militar de Grado Superior equivaldrá a los títulos oficiales de Licenciado, Arquitecto o Ingeniero, facultando a quien la ostente para acceder al tercer ciclo de los estudios universitarios”. Poca importancia le di en ese momento. Soy militar por vocación y convicción y siento en el alma aquello que decía el clásico: “Yo no sé qué tiene esta profesión que a pesar de los sacrificios, riesgos, ingratitudes y miserias, son tales las satisfacciones y alegrías que se está orgulloso y feliz de pertenecerla y con el siempre deseo de continuar en ella”.

No necesito que me equiparen a nada ni tengo el complejo que avergüenza a algún uniformado, generalmente de alta graduación, de no haber pasado por la universidad. Y de aquí viene mi enfado. No sólo por el sentimiento de ultraje e impotencia que, por mi condición de católico, apostólico y romano, me invade, sino por que me intenten convencer de que tengo algún tipo de tara por no haber pasado por “el templo del saber” y compartido pupitre con alguno de esos inanes. ¿Por qué tengo yo que envidiar a aquellos que pasan por una institución que impide, en aras de una supuesta libertad de expresión, precisamente el ejercicio de otra, la religiosa? ¿Cómo puede ser referencia de nada una institución que permite el abucheo e, incluso, la agresión a determinados oradores por el simple hecho de pensar de forma diferente?

Son una minoría, sí. Pero, cuando la mayoría es indolente y permisiva, se convierte en cómplice.  Estamos hartos de verlo en este país. Quizá sea injusto y sea verdad lo que el rector de la Universidad Complutense de Madrid dice en su página web: “Una universidad de referencia en el Estado español”. Lo de "Estado español" me recuerda a la previsión del tiempo en la ETB. La comunidad universitaria de bien ha intentado reaccionar con limitado éxito mediático, que por desgracia es el que cuenta en España, redactando y firmando la Declaración de Somosaguas. Bonito gesto pero que es como enfrentarse a almohadazos con una banda de highlanders juramentados.

Dentro de cinco años, cuando los oficiales salgan de las academias con una carrera civil, este debate habrá terminado (otros empezarán, me temo). Hasta entonces que nadie me venga con complejos y comparaciones. Acepto las palabras que Cervantes puso en boca de su ingenioso hidalgo: “Nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza” (capítulo  XVIII de El Quijote); y ejemplos en nuestra Historia hay miles.

Pero retomando el clásico de la literatura española, en su capítulo XXXVIII, "Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras”, éste nos dice: “Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a estas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida”.


Pues eso.