domingo, 4 de diciembre de 2011

OCHO AÑOS SIN "GOLIARDO"

Carlos era mi amigo. Nos presentaron una noche en Madrid y acabamos de madrugada brindando por la Legión con chupitos de burbon. El era un señor cadete de segundo curso en la Academia General Militar y yo un opositor sin pena ni gloria; sin embargo, conectamos enseguida. Al final de la noche me dio una “colleja” cariñosa y, sacando sus llaves de un llavero legionario desconchado, me dijo: “Era de mi padre; cuando ingreses, me lo devuelves”. Sí, ya sé, exaltación de la amistad y todo eso, pero para mí fue algo especial. Con el tiempo intenté devolvérselo varias veces pero nunca me lo admitió. Un 29 de noviembre de hace ocho años moría, pistola en mano, en una carretera de Irak. Hace unos días, el 29 de noviembre de 2011, mientras jugueteaba con su llavero en mi bolsillo, me prometí dedicarle estas líneas. No son totalmente nuevas, están escritas sobre la base de un mensaje que mandé el día después de su muerte a unos cuantos conocidos, emocionado y, a la vez, indignado por cómo se estaba tratando su muerte. No es un informe pericial. Incluso puede que tenga errores que el paso del tiempo ha ido desvelando. Me da igual. No era, y es, más que el recuerdo a un soldado querido y admirado. Ahora, sin que el tiempo haya disminuido un ápice mis sentimientos por aquellos hechos, quiero rendir público homenaje a Carlos, mi amigo, y a los que le acompañaron en su muerte. Porque nosotros no olvidamos a nuestros muertos.

Instalaciones de la Brigada Plus Ultra en Irak (FOTO: www.fotosmilitares.org)
El 29 de noviembre asesinaron a siete militares en una emboscada en Irak. Eran agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) pero, ante todo, eran militares y por serlo fueron escogidos, entre todos los voluntarios, para esa misión. Uno de ellos era el comandante Carlos Baró Ollero. Aunque ya nos conocíamos de antes, a mediados de los noventa tuve el honor de convivir diez intensos meses con él. Fue un honor entonces, como lo ha sido todo el tiempo que me honró con su amistad, y lo es ahora cuando, con una punzada en el corazón, intento enlazar algunas frases que sirvan de íntimo homenaje a su memoria. Aquellos fueron los diez meses del Curso de Operaciones Especiales: yo, teniente recién salido de la Academia; él, casi capitán destinado en La Legión. Dicen que el curso envejece tres años al que lo realiza. Puede ser, pero lo que es seguro es que llegas a conocer profundamente las virtudes y miserias de todos tus compañeros como si realmente pasases esos tres años con ellos. Carlos, “Goliardo”, su nombre de guerra, estaba llamado para algo grande. Excepcional en el plano físico e intelectual, respiraba liderazgo y virtudes militares. Era, para muchos de nosotros, el teniente que queríamos llegar a ser. Un “perro de la guerra” de los que te gusta tener cerca cuando vienen mal dadas. Tenía también una curiosa afición: guardaba en un cuaderno citas militares y actos heroicos de nuestra Historia y, sobre todo, de la historia de La Legión. Hoy quiero escribir el relato de su muerte para que pueda unirse, como uno más, al de los héroes que le precedieron.

Eran las fechas previstas para el “reconocimiento en zona” del equipo operativo del CNI que, el siguiente enero, desplegaría en Irak. Circulaban, equipo “entrante” y “saliente”[1], en un Nissan Patrol y un Toyota Land Cruiser blancos[2] desde Bagdag hacia las bases españolas en Diwaniya y Nayaf. Da igual si era tarde o temprano, si la carretera era más o menos segura que la autopista, si no llevaban chaleco antibalas o si debían viajar o no los ocho militares juntos[3]. De lo que estoy seguro es que si personas de su experiencia tomaron esas decisiones, fue porque, sin duda alguna, eran las más adecuadas para aquellas circunstancias. Sin embargo, desde el sillón de casa, la barra del bar o la redacción de algún libelo, cualquier imprudente puede hacer las valoraciones que estime oportuno. Estoy un poco harto de estrategas de salón y tácticos de pacotilla.

Vehículo de los españoles (FOTO: www.elpais.com)
La carretera estaba muy transitada y habían circulado unos ocho kilómetros desde que abandonaron el mercado de Mahmudiya, donde posiblemente les “marcaron”, e iban a entrar ya en la aldea de Latifiya, a unos 30 kilómetros al sur de Bagdag. No vieron, o no les dio tiempo a reaccionar, a un Oldsmobile[4] blanco que, a gran velocidad, les adelantó y ametralló los dos vehículos desde las ventanas de la derecha. Primero al Nissan que iba más retrasado y, unos diez segundos después, al Toyota que circulaba en cabeza. El conductor del primer todo-terreno, Alfonso, murió en el acto y el coche acabó en un barrizal en la cuneta derecha. El conductor del segundo vehículo, Alberto, fue herido de muerte también, así como el agente que viajaba en el lado trasero izquierdo. Carlos, que iba de copiloto, logró hacerse con el control del coche, avanzar unos cientos de metros y pararlo en el arcén cerca del primer vehículo. Se calcula que este primer ametrallamiento dejó a cuatro de los agentes fuera de combate, muertos o muy graves.

FOTO: www.elpais.com
Carlos y José Sánchez Riera, descendieron del segundo todo-terreno y se dirigieron a auxiliar a los posibles heridos. Podían haber continuado, haberse puesto uno de ellos al volante y salir zumbando. Incluso agruparse con los que quedaban indemnes e intentar romper el contacto a pie. Nadie les habría reprochado nada, pero no olvidemos que eran militares y como tales actuaron. Habían entrado de lleno en la “zona de muerte” de una emboscada y empezaron a recibir un intenso fuego desde unos edificios cercanos. Fusiles Kalashnikov, una ametralladora PKS y granadas de RPG-7 contra pistolas Stern de 9 mm. y un subfusil Ingram M-10 que, a causa del barro, se les encasquilló. Corrieron hacia la cuneta izquierda, como pudieron se parapetaron[5], y repelieron el fuego. Sólo uno de los ocupantes del Toyota, el primer vehículo, logró llegar a esa cuneta. Carlos hizo una primera llamada a Base-España desde su Thuraya[6]. A continuación llamó al CNI en Madrid e informó con detalle de las bajas, solicitando apoyo y medios aéreos para la evacuación. Tres helicópteros Superpuma despegaron de Base-España, a unos 150 kilómetros de su posición, en un intento desesperado por evitar el desastre. La comunicación se cortó. Sólo quedaban tres con vida, probablemente alguno de ellos ya herido.

Carlos se dirigió a sus compañeros y les ordenó que cruzaran la carretera e intentaran buscar ayuda, que él les cubriría. Estoy seguro de que sabía ya lo que le esperaba, con su pistola reglamentaria por todo armamento y corto de munición, lo asumió con el valor de los escogidos. Los dos militares empezaron a correr y uno de ellos cayó muerto a los pocos metros; el otro, milagrosamente, logró salvar su vida. Habían pasado quince interminables minutos y Carlos, seguramente ya herido de muerte, realizó una última llamada al CNI. Dio sus coordenadas exactas e informó de que les estaban matando. No consiguió terminar. Alguna de las ráfagas que el operador pudo oír al otro lado del teléfono dio en su objetivo.

VEC de la Plus Ultra en Irak. (FOTO: lckilgore.blogspot.com)
A unos diez kilómetros se encuentra una de las bases de la 82 División Aerotransportada norteamericana. Un policía iraquí avisó de que había una manifestación en la carretera. El teniente coronel Pete Johnson envío una compañía pero cuando llegaron sólo pudieron hacerse cargo de los cadáveres. La escena era dantesca[7]. Los cuerpos habían sido ametrallados y ardían esparcidos por la zona     –hizo falta el análisis de ADN para identificarlos–. Cuando llegaron los Superpumas españoles era ya noche cerrada. Habían estado buscando a ciegas y sólo encontraron los dos vehículos calcinados.  Después de treinta años, España volvía a tener bajas en combate y un grupo de militares volvía a abrir la puerta grande de la Historia.

Me dolió, como a toda la familia militar, la forma en la que el funeral se ofició en el CNI. No porque limitasen a ocho personas por caído las que podían entrar en la improvisada capilla. No porque al resto los metiesen en el salón de actos con una pantalla gigante, como si fuera un concierto, por miedo a cualquier tipo de escándalo reivindicativo. No porque eliminasen toda referencia militar en la ceremonia, apenas unas palabras del capellán. No porque les condecoraran públicamente con la orden al mérito civil y, un tiempo después y por lo bajo, con la cruz al mérito militar con distintivo amarillo. No por todo eso, sino por ver cómo la política puede llegar a corromper hasta lo más sagrado[8].

Después del funeral, a Carlos se le enterró con un gorrillo legionario sobre su ataúd, rodeado de sus compañeros militares de uniforme y, por expreso deseo de sus familiares, se cantó el Novio de la Muerte. Y punto. No hubo gritos en contra de nada ni de nadie como se ha publicado. No los hubo porque somos militares y sabemos cuál es nuestra obligación, nuestro deber. Carlos murió como quería, como un auténtico soldado y no con el cuerpo arrugado por los años, con una sonda metida en el culo y mirando, si es que pudiese ver, el techo de un hospital.

Cabo de ametralladora en Nayaf (FOTO: lckilgore.blogspot.com) 
2003 ha sido un año duro para las Fuerzas Armadas. El accidente del Yakolev en Turquía y los distintos asesinatos en Irak han golpeado nuestro corazón y nuestras conciencias. Es curioso ver cómo la visión de la muerte clarifica las mentes. De un golpe desaparecen los perfiles de idiomas, las casas militares, los ascensos, los trienios o el sueldo que no llega, y sólo queda el motivo por el que un día abrazamos la carrera militar: espíritu de servicio, sacrificio y amor a España. Mientras veo cómo alguien es capaz de entregar su vida, pistola en mano, en una lejana carretera de Irak, me pregunto si yo hubiera sido capaz. Nunca rehuí el puesto de mayor riesgo y fatiga pero en ningún momento llegué al limite que separa lo razonable de lo heroico. Ese es el castigo de muchos de nosotros; no saber, todavía, si tenemos el valor para cumplir lo que un día juramos al besar la Bandera. Yo sé que me gustaría actuar y morir como lo hizo Carlos pero sólo sabré si soy como él cuando ya sea demasiado tarde.
Monumento a los caídos en Irak en el CNI



[1] Los salientes eran los oficiales Alberto Martínez y Carlos Baró y los suboficiales Luis Ignacio Zenón y Alfonso Vega. Los entrantes, los oficiales José Merino Olivera y José Carlos Rodríguez Pérez y los suboficiales José Lucas Egea y José Manuel Sánchez Riera.
[2] He leído en algún lado que en lugar de un Toyota Land Cruiser blanco era un Chevrolet Tahoe azul. Dejo aquí constancia, aunque no creo que sea un dato significativo. Más importante es que los vehículos no fueran blindados. El CNI ya tenía prevista su sustitución, aunque no llegaron a tiempo.  (Fuente: El País, 29NOV04. Artículo de Miguel González). También he leído que algunos agentes no eran partidarios de utilizar este blindaje en Irak por el aumento de peso que suponía y la pérdida de maniobrabilidad.
[3] El desplazamiento de los ocho agentes a Bagdag, acreditación en Camp Victory y entrevistas en la Coalition Provisional Administration (CPA) incluidas, fue expresamente aprobada desde Madrid (Fuente: El País, 29NOV04. Artículo de Miguel González).
[4] Como antes, también se habla de un Cadillac.
[5] Un testigo, citado por la agencia AFP, declaró: “No tenían dónde parapetarse, pero estuvieron resistiendo cerca de un cuarto de hora, antes de ser abatidos y de que cesaran los tiros” (Fuente: El Mundo, 03DIC03. Artículo de Alfonso Rojo).
[6] Teléfono vía satélite utilizado en las zonas de operaciones.
[7] Antes han pasado por el lugar un equipo de TV de Sky News que filma los coches destruidos y a grupos de adolescentes enloquecidos pateando los cuerpos de los españoles, y una columna polaca que ve los vehículos y los cadáveres pero que, al no ver signo militar alguno, continúa su camino. Los polacos no saben que los restos que están viendo son de los militares con los que han coincidido en Camp Victory esa misma mañana.
[8] El 14 de julio de 2004, el recientemente nombrado Ministro de Defensa, José Bono, en sustitución de Federico Trillo-Figueroa, inauguraba en la sede del CNI, en Madrid, un monumento en memoria de los agentes caídos en Irak, obra de Alberto Corazón. En el mismo acto, el ministro entregaba a las familias las cruces al mérito militar con distintivo rojo que sustituían a las de distintivo amarillo entregadas por el anterior Gobierno. El Real Decreto 1040/2003, de 1 de agosto, por el que se aprueba el Reglamento general de condecoraciones militares, vigente en el momento de los hechos, definía así ambas condecoraciones:
"Distintivo rojo: se concederán a aquellas personas que, con valor, hayan realizado acciones, hechos o servicios eficaces en el transcurso de un conflicto armado o de operaciones militares que impliquen o puedan implicar el uso de fuerza armada, y que conlleven unas dotes militares o de mando significativas.
Distintivo amarillo: se concederán por acciones, hechos o servicios que entrañen grave riesgo y en los casos de lesiones graves o fallecimiento, como consecuencia de actos de servicio, siempre que impliquen una conducta meritoria".
La diferencia es clara, igual que la motivación política en la concesión de una u otra.