domingo, 29 de mayo de 2011

PRESTIGIO Y EJEMPLARIDAD: REFLEXIONES DE UN SOLDADO 2



Entraré ahora en las que son, para mí, las dos características más sobresalientes del líder militar y que dan título a esta serie de artículos: el prestigio y la ejemplaridad.
Ap photo / Emilio Morenatti
En el inicio de la carrera militar, cuando llega el ansiado momento de ponerse al frente de una sección o un pelotón, tenemos a cero los contadores que registran ambas virtudes. La ficticia ventaja que pueda tener la “cabeza de promoción” en el criterio de sus respectivos superiores –a los subordinados normalmente les trae al pairo el puesto de promoción de su nuevo jefe– se disipará al poco tiempo si no se refrenda con hechos. Esa primera vez que el joven teniente o sargento se coloca enfrente de sus hombres, debería ser una referencia para el resto de su carrera militar. Les puede mirar a los ojos, a todos y cada uno de ellos. Sin un atisbo de duda, complejo o culpabilidad. No debería haber en ese cruce de miradas desengaño, rencor, despecho, tristeza, temor u odio ya que no hay motivos para ello. Pero todo cambiará a partir de esa primera formación y dependerá de cada uno hacia dónde se incline la balanza. Lo mismo puede decirse del primer contacto con el mando directo o con los compañeros de empleo.

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A partir de ese momento se empieza a construir no sólo el prestigio individual de cada uno, sino la contribución al prestigio colectivo del militar español. Viéndolos, estos soldados parecían gitanos; mal vestidos y mal calzados, las espaldas curvadas bajo un cargamento heterogéneo de objetos extraños (marmitas, platos, guitarras…), quien con un casco, quien con una pintoresca gorra. Pero después, en el momento de la lucha, estos hombres se transformaban en guerreros de gran clase y no había posición defensiva que no se empeñasen en mantener a cualquier precio. Los he visto en todos los sectores, con calor atroz y con frío polar, siempre de buen humor, siempre con medio cigarrillo entre los labios, siempre seguros de sí. Los he visto y admirado entre los mejores soldados del mundo. Y también entre los más inteligentes pues sabían, y saben, cuando luchar es necesario, pero también descansar con calma cuando es posible”[1].

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El prestigio se cultiva día a día y su crecimiento es lento y difícil, sobre todo en el ejercicio de las tareas habituales, ajenas a los grandes hechos de armas y las conductas extraordinarias. Sin embargo, una sola falta, un solo “patinazo”, una sola acción u omisión reñida con lo que se entiende debe ser la conducta recta del militar, y el trabajo de años se irá al traste. Y no estoy hablando de partir de cero, no. Se partirá de mucho más abajo, porque siempre habrá alguien dispuesto a recordar la condición de “pecador”. Pero puede darse la siguiente paradoja: una misma acción puede acarrear la pérdida del prestigio a ojos del mando y, en cambio, granjear la admiración y reconocimiento de los subordinados. Y, lo que es más normal, viceversa. Otra vez el equilibrio en esa cuerda floja que es la lealtad.
S. McCrystal       foto:www.mde.es

Muy ligada al prestigio está la ejemplaridad. Posiblemente en nuestra “empresa” sea el factor que más influya en esa ganancia o pérdida de prestigio. Si bien este último es independiente del grado o puesto de su poseedor, la ejemplaridad varía con ambos factores. Los criterios aplicables al general jefe de una brigada son diferentes a aquellos ligados a un sargento jefe de pelotón, aunque su raíz sea común. 

Ejemplar es aquello que da buen ejemplo y, como tal, es digno de ser propuesto como modelo[2]. Esta sencilla definición encierra una dificultad enorme para el militar, ya que engloba todo el conjunto de valores y virtudes tradicionales. No se puede ser ejemplar a “media jornada”. No se puede ser ejemplar en la vida cotidiana del militar sin la constancia, la abnegación, la paciencia, la disciplina, el compañerismo… No se puede ser ejemplar en el combate sin el valor, la templanza, la gallardía, la fortaleza física y mental…“¡Qué bien aprendieron los oficiales la lección permanente del Credo! Jamás dijeron en el combate: ¡Id!, ni siquiera ¡Vamos!, sino ¡Seguidme!”[3]. La ejemplaridad se trabaja día a día y aunque las grandes acciones influyen, lo que verdaderamente cala y conforma ese modelo es la actitud en el quehacer diario. No por ello el líder deberá ser más fuerte, más rápido, más resistente, más inteligente  e, incluso, más guapo que sus subordinados. No lo será, pero sus subordinados sabrán que siempre estará cerca, sobre todo cuando vengan mal dadas, y a él dirigirán su mirada cuando haya que resolver. (Continuará)



[1] Referencia a la Infantería española por parte del Mayor Umberto Beer. Corpo di Truppe Volontarie Italiano
[2] Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo segunda edición
[3] Referencia al Credo Legionario.