martes, 31 de mayo de 2011

LOS PROGRAMAS DEL ESFÍNTER

www.elmundo.es   foto: EFE
Entró pasado en la curva. Se había ceñido al toro infinitas veces pero, esta vez, no supo o no pudo ceñir esa maldita curva. Si le dio tiempo a pensar, seguramente afrontó la posibilidad de la muerte con la frialdad y templanza de los buenos toreros. Hasta aquí, todo hubiera sido muy “cool”. Hasta épico. Otro James Dean, talludito esta vez, dejando un “bonito” cadáver en la carretera. Pero surgió un “pequeño” inconveniente: Por el carril contrario, tranquilo y pensando en sus cosas, Carlos conducía su coche cuando, sin comerlo ni beberlo, el infierno vino a buscarle. Ayer lo enterraron.

A mí, sinceramente, me importa un carajo que la gente se mate haciendo el capullo en la carretera. Me subí a mi primera moto a los ocho años y conduzco coches desde los dieciocho recién cumplidos y, en ese tiempo, he visto de todo. Las carreteras están llenas de “juramentados” con todas las papeletas para que un guardarraíl  los parta en dos o pongan sus huevos (o sus ovarios, que para la estupidez somos igualitos) a freír entre los hierros calcinados de su coche. ¡Ojo!, tampoco he sido (ni soy) un santo, pero hay fronteras que no se pueden traspasar.

Lo que sí me cabrea es que maten a los demás y, en especial, a mí. Está claro que cada vez que salimos a la carretera la ruleta se pone a girar y cualquiera puede sufrir un accidente de cualquier tipo, incluida una colisión frontal, sin que pueda achacarse a otra cosa que a un fallo mecánico o a un error inherente a la condición humana. Pero no es a estos desgraciados accidentes a los que me refiero. Es a los que provocan esos jodidos “juramentados”, famosos o no.

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He hecho esta larga introducción para que no haya dudas de cómo opino y a qué me refiero a continuación. Leía ayer que la situación anímica de Ortega Cano se encontraba al límite por la presión a la que había sido sometido en un “programa del esfínter”[1], en el que le habían llegado a tildar de alcohólico y homosexual. Huyo de esos programas como de la peste y la dosis que tengo que tragarme al hacer “zapping” la considero más que suficiente para tener un juicio de valor formado y ratificarme en mi opinión. 

Pero, ¿pueden los improperios que se vierten en estas casas de lenocinio desquiciar a una persona hasta tal extremo? Voy a ponerme en su pellejo –me dije– y me imaginé a todo un plató de “papanatas”[2] comentando mi supuesta afición a “morder almohadas” o “soplar nucas” (no sabría qué elegir) mientras me bebo botellas de Rioja por añadas. Sinceramente, aunque no tengo nada en contra de ninguno de tan respetables colectivos, estoy seguro de que se me hubiera puesto la yugular como una tubería de PVC. 

Coche de Lady Di www.noticias24.com
A lo mejor yo no soy una buena referencia. Seguro que no. Tengo muy arraigado ese rancio concepto del honor. Como escribía un historiador, los viajeros italianos del siglo XVI se sorprendían del sentido español del honor, su alfa y su omega, su razón de ser. Más valía perder la vida que perder la honra. ‘Los hombres de esta nación estiman en tanto el honor que, con tal de no empeñarlo, no les inquieta, por lo general, la muerte. Estos locos españoles prefieren un adarme de honor a mil vidas’”.

Como he dicho, el honor es un valor caduco. ¡Cuántos políticos, de todo pelaje, hemos visto jurar solemnemente su cargo “por su honor”! Vistas sus acciones posteriores, podrían haber jurado “por Snoopy” sin ningún tipo de pudor y con la misma solemnidad. Pero claro, una vez que se ha entrado en el negocio del mercadeo, una vez que se ha vendido el alma al diablo, una vez que se ha decidido que el honor no tiene valor en la sociedad actual, no vale apelar a él cuando el cambalache no nos es favorable. Honor, “te doy mi palabra de honor” decía muy serio cuando era un chaval, porque “jurar por Dios” era pecado. Si es que siempre he sido un inadaptado.

Por eso, a mí lo que me sale, lo que realmente me pediría el cuerpo en estos casos, es soltar lo que mi admirado Arturo Pérez-Reverte pone en boca de D. Francisco de Quevedo y Villegas en la saga del capitán Alatriste: “No queda sino batirnos[3]. Pero, no lo sé, creo que eso no sería políticamente muy correcto…


[1] No sé por qué les llaman programas del corazón, el órgano más noble y vital del cuerpo humano, cuando todo lo que sale de allí es verdadera mierda. La RAE define esfínter como “músculo anular con que se abre y cierra el orificio de una cavidad del cuerpo para dar salida a algún excremento o secreción, o para retenerlos”. A la vista de la definición, creo que es más adecuada mi denominación. Podría ampliarse, siendo estrictos, a “programas del esfínter del ano” para evitar confusiones con otros menos escatológicos, pero queda demasiado largo. ¡Y que nadie me diga que estoy equivocado porque son los programas más vistos de la televisión! Si así fuera, hago mío el eslogan: “come mierda, billones de moscas no pueden equivocarse”. La verdad, los sujetos de ambas acciones, moscas y tele-basura-espectadores, tienen muchos puntos en común. El análisis sociológico lo dejo para otro día.

[2] El profesor de Redacción Periodística, de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra, don José Antonio Vidal-Quadras, decía que no se debe caer en el papanatismo de creer que lo que uno escribe es la repanocha. Inspiradas en esta frase, unas alumnas suyas acuñaron el término "papanatas" como término coloquial referido a determinado tipo de periodistas. Yo lo he utilizado aquí, pero las personas que bajo el supuesto título de periodista trabaja en los programas del esfínter, no llegan ni a la categoría de “papanatas”, sino por su vanidad y simpleza desmedidas.

[3] Pérez-Reverte, Arturo y Carlota. El Capitán Alatriste, Editorial Alfaguara (1997).