sábado, 21 de diciembre de 2013

CUANDO OLVIDAR ES IMPOSIBLE


Monumento a las víctimas del terrorismo en
Madrid. Fuente: www.espormadrid.es

El día 22 amaneció templado, con un cielo azul limpio de nubes propio de finales de junio. Los alféreces cadetes de cuarto curso recorrimos en autobús los ochenta y pico kilómetros que separan la Academia de Infantería de la capital de España para visitar el Museo del Ejército, sito entonces en el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Final de curso, tiempo de relax y de preparar las maletas para el regreso a la Academia General Militar, pero también tiempo de tensión en espera de las notas finales.
Furgoneta oficial ardiendo tras el atentado de la Plaza de la República de
Argentina. Fuente: www.elmundo.es Foto: EFE
Casi al mismo tiempo que los futuros oficiales nos desparramábamos por las impresionantes salas del museo, las diez de la mañana, siete féretros cubiertos por sendas banderas de España entraban en el patio central del Cuartel General del Ejército al compás de la marcha fúnebre. Entre ellos, el de Fidel[1]. No conocí personalmente al teniente coronel Fidel Dávila Garijo, quizá lo vi fugazmente en algún momento de mi infancia, no lo recuerdo, pero sí tengo la suerte y el honor de contar entre mis mejores amigos a su hermano Juan de Dios. Nos conocemos desde el “cole”, Nuestra Señora del Pilar, donde coincidimos en la increíble “D”, cuando no levantábamos más de un metro del suelo (al menos yo, él es mucho más alto). Podría estar horas hablando de él, de la amistad, por supuesto, pero también del compañerismo, del honor, de la lealtad, del sacrificio, de cómo se pueden ejercer todas esas virtudes tradicionalmente denominadas “militares” desde tu "puesto en formación" en la vida civil. Pero no es el momento. Hoy viene a estás páginas como mi amigo y como hermano pequeño de Fidel.
Fidel Dávila Garijo
En aquel entonces, 1993, nuestra amistad había crecido y enraizado sólida, como lo ha seguido haciendo hasta el día de hoy. Era ya lo suficientemente fuerte como para, aprovechando un cambio de sala en el museo, abandonar el grupo de cadetes y dirigirme hacia el Cuartel General para estar con él. Los clavos de mis cordones rojos de cadete golpeaban al ritmo de la marcha forzada que imprimí hasta llegar a la calle Prim. No corrí. "Un militar no corre por Madrid vestido de uniforme de paseo y menos el día despues de un atentado" —pensé.
Llegué tarde. La marcha fúnebre volvía a sonar y los féretros comenzaban a salir por el túnel sur del patio de armas del imponente Palacio de Buenavista. Saludé el paso del cortejo con toda la fuerza y marcialidad de la que un jóven alférez de Infantería es capaz.
Momentos antes, el arzobispo castrense monseñor José Manuel
Restos del atentado de la plaza de la República de Argentina.
Fuente: www.elmundo.es Foto: F. Quintela
Estepa había dicho: "No cedamos en estas dolorosas circunstancias a la tentación de cosechar odio y deseo de venganza, que es la invitación que desde hace tantos años nos dirigen quienes con su siembra de violencia y sangre inocente se han sumido, ellos mismos, en el fango de la degradación más extrema e inhumana". No pude oirlo, pero los rostros de los militares que me rodeaban reflejaban pecisamente eso: dolor y odio.
El patio se fue despejando y, finalmente, puede acercarme a Juande. Tras la primera expresión de sorpresa, me recibió con una amplia y serena sonrisa. Una sonrisa que, por una lado, me resultaba enormemente llamativa en un escenario de dolor como aquel y, por otro, mostraba una inquebrantable seguridad que sólo la Fe verdadera puede dar. Años después recordaría esa sonrisa al leer lo que un corresponsal de guerra decía sobre la actuación del comandante Franco tras la batalla de Taxuda (Melilla), el 10 de octubre de 1921: "Lo de Franco en Taxuda ha sido maravilloso. Él ha salvado la situación. Cuando pasó el peligro sonreía nuevamente entre sus legionarios; pero con una sonrisa que casi me daba miedo, porque expresaba una serenidad imperturbable, pero al mismo tiempo, una cólera fría. Era una mezcla de tranquila seguridad en sí mismo y de la más violenta voluntad de vencer”. Desde entonces, después de cada atentado, me he acordado de aquella sonrisa de Juande. De la impresionante superioridad y fortaleza moral que reflejaba y que me ayuda, todavía hoy, a entender cómo las víctimas del terrorismo pueden continuar con sus vidas. Nos dimos un abrazo, que aproveché para tragar saliva. No podía ser yo quien flaqueara, cuando él estaba dándonos aquella lección de entereza. Poco más que dar un beso a su madre, una cordobesa impresionante rota por el dolor, pude hacer hasta que emprendí, de nuevo, mi marcha forzada hacia el museo para reincorporarme a mi curso.
El recuerdo de Fidel me ha acompañado varias veces en mi vida
Monumento a los caídos del Cuerpo de Estado Mayor en la Escuela
de Guerra de Madrid. La faja del Tcol. Fidel Dávila se encuentra en
la urna superior derecha.
militar, especialmente en estos últimos años de comandante. Varias veces durante el Curso Interarmas, primera parte del de Estado Mayor que se impartía en la Escuela de Guerra del Ejército, me acerqué al monumento a los caídos de este Cuerpo. Allí, delante de su faja azul de diplomado, tenía momentos de reflexión que me ayudaban a escapar del frenético ritmo del curso y clarificar mis dudas. Más tarde, ya destinado en el Estado Mayor Conjunto, su nombre escrito en una placa conmemorativa en la entrada principal, me recordaba cómo todo puede cambiar en un segundo. 
Han pasado muchas cosas desde aquella mañana de junio. Muchos otros militares han muerto asesinados por ETA. Muchos otros ciudadanos. También el panorama político-judicial se ha movido en este último mes, clavando un rejón más en el ya dolorido corazón de las víctimas con la derogación de la doctrina Parot y la instantánea aplicación de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. 
Mural con los rostros de las víctimas de ETA que se encuentra, a modo de
homenaje, en la página www.el pais.com
Las víctimas, su dolor y su dignidad, es lo único que ha permanecido impasible e impoluto, entre tanta mierda. Me he preguntado muchas veces qué es lo que impide que alguien que ha perdido de una manera atroz a su hijo, a su hermano, a su padre; alguien que ha visto como toda su vida se tambalea o, incluso, se derrumba en un instante de furia incompresible; qué le impide, digo, coger una escopeta, esperar en la puerta de la cárcel la salida del hijo de puta de turno y descerrajarle un tiro en la cabeza. Lo he visto hacer, por temas menores, en las misiones en las que he estado. Me lo he preguntado muchas veces y siempre ha acudido la sonrisa de Juande a mi rescate: La infinita superioridad moral de los que han sufrido el zarpazo del terrorismo frente a los asesinos. Eso y su confianza en el amparo por parte del Estado y la comprensión y el cariño del resto de la sociedad. El primero, porque impartirá la justicia que ellos no pueden ni deben aplicar y, el segundo, porque ahogará los ataques dialécticos y fácticos que puedan sufrir .
Por eso me cuesta entender lo que está pasando. Lo que lleva
Placa en el monumento a las víctimas del terrorismo en Madrid.
Fuente: www.espormadrid.es
pasando desde hace ya demasiado tiempo. Oigo mucho eso de "ETA está vencida". "¿Por qué?" —pregunto tímidamente cuando tengo la oportunidad—. "Porque no puede matar" —me han contestado más de una vez—. "¿Y para qué tendrían que matar actualmente?" —insisto—. Ni ellos mismos podrían creer hace unos años dónde están ahora. Nada más hay que tirar de hemeroteca e ir viendo lo que, asamblea tras asamblea y comunicado tras comunicado, fijaron como objetivos e ideario.
No, no lo entiendo y por eso quiero dejar aquí claro que, en mi condición de ciudadano español, estoy y estaré siempre con las víctimas del terrorismo. Y me tendrá enfrente, siempre, aquel que busque su desprecio, humillación, olvido o, incluso, esa indiferencia cada vez más generalizada en nuestra sociedad. Estaré ahí, aunque sólo sirva para demostrarles que sé, no el dolor que sienten —que sólo pueden entender los que lo han sufrido—, sino el enorme esfuerzo que están realizando para continuar la "normalidad" de sus vidas con la que esta cayendo. Con la que lleva demasiado tiempo cayendo. Aunque sólo sirva, como estas letras, para posicionarme fuera de la apatía generalizada y desmemoriada que hoy se considera "politicamente correcta". Aunque sólo sea para poder mirar a los ojos de mi amigo y poder responderle: "Semper fidelis, Juande, semper fidelis".




[1] A las ocho y cuarto de la mañana del 21 de junio de 1993, la banda terrorista ETA asesinaba en Madrid a seis militares y un civil que viajaban en una furgoneta oficial, haciendo detonar a su paso un potente         coche-bomba, cargado con 40 kilos de amonal, en la confluencia de las calles de López de Hoyos y de Joaquín Costa. Los etarras presenciaron la llegada de la furgoneta oficial del Estado Mayor de la Defensa (EMAD) a la plaza de la República de Argentina y accionaron a distancia el dispositivo que hizo estallar la mortífera carga. La onda expansiva afectó de lleno al vehículo oficial y el efecto de la metralla acabó con la vida de los siete hombres que viajaban en ella. Los muertos fueron: el teniente coronel del Ejército de Tierra JAVIER BARÓ DÍAZ DE FIGEROA; el teniente coronel del Ejército de Tierra FIDEL DÁVILA GARIJO; el teniente coronel del Ejército del Aire JOSÉ ALBERTO CARRETERO SOGEL; el teniente coronel del Ejército del Aire JUAN ROMERO ÁLVAREZ; el capitán de fragata de la Armada DOMINGO OLIVO ESPARZA; el sargento primero de la Armada JOSÉ MANUEL CALVO ALONSO y el funcionario civil del Ministerio de Defensa PEDRO ROBLES LÓPEZ. La explosión provocó, además de cuantiosos daños materiales, heridas graves a otros cuarenta ciudadanos, incluidos tres niños que esperaban en una parada cercana a que les recogiera el autobús del colegio. Se trataba de las hermanas Juana y María Gabriela Cañizo Canto, de 8 y 15 años, y de Luis Gabarda Pery, de 7, rescatado del lugar del atentado en una situación crítica por el policía Emilio Almendros Gomis, que lo trasladó urgentemente al Hospital Gregorio Marañón. Además de los tres niños, otras cinco personas resultaron también gravemente heridas: María Antonia Mezquita, Matilde Cuéllar, Fernando Flórez, Sonia Curabia y Juan Carlos Sobrino. Una hora después, hacia las 9:15 horas, el Ford Fiesta utilizado por los etarras para huir, estalló ante el número 85 de la calle de Serrano, cerca de la embajada de los Estados Unidos, hiriendo a otras tres personas, dos de ellas de gravedad: Miguel Alvero Suárez, de 26 años, y Carmen Redondo Prado, de 28.