Como me pasó con Carlitos –seguro que lo tienes ahí, a tu lado, fumeteando los dos como camioneros de los buenos–, no he podido esperar a nuestra cita del toque de oración. Cada vez hay menos actos con esta mierda del COVID y echo de menos saludaros... Hoy, tu tocayo Antonio, nuestro “primeraco”, ha abierto la mañana en el chat con unas preciosas palabras en tu recuerdo. Y no me he resistido. Te lo debía. Todavía atontado por la sedación de la colonoscopia que acabo de hacerme –no te descojones, grandullón; no, no me mola que me metan cosas por el culo, pero la edad y los antecedentes aprietan–, me he puesto a escribirte.
Mi “armario empotrado favorito”, recuerdo que te descojonabas, con esa risa abierta, franca y rotunda que te caracterizaba, cada vez que te llamaba así. Y es que, joder, ¡parecíamos un click de Famobil y el puto Geyperman! Pero, como suele pasar con los tipos enormes como tú, el tamaño es sólo una necesidad física para poder albergar un corazón descomunal. Porque, Antonio, tú eras eso, un corazón con dos enormes patas. Hasta cuando “rajabas” lo hacías con un punto de bondad que, a los “enanos reviraos” como yo, nos desconcertaba…
Hoy, mi querido Antonio, hace 25 años que el Jefe decidió que Carlos no daba abasto allí Arriba para cuidar a esta genial promoción de tenientes “echados p’alante” y que tú eras el indicado para echarle una mano. Una gran mano. Recuerdo que me impresionó la noticia. Unas prácticas de explosivos. De Infantería, básicas. No de Zapadores, no de EOD…, de Infantería. No sigo, que me cabreo y no es el momento… La explosión que te llevó, dejó a diez chavales del curso heridos. No sé por qué me da, conociéndote, que a más de uno de ellos le salvaste la vida. Por cierto, te acordarás de José Soto Chica, fue de los heridos más graves –perdió una pierna, la vista y, parcialmente, el oído–. Pues bien, ahora es doctor en Historia Medieval, profesor en la Universidad de Granada y escritor. ¡Y cómo escribe, el tío!
Pocos han podido hablar con Mari Paz –cada uno lleva el duelo como puede y sabes que si algo no queremos es ser motivo de tristeza para nadie, todo lo contrario–. Tampoco con tu hijo, Antonio. Estoy seguro de que lo que más te jodió de irte antes de tiempo, de todo lo que se esfumó en el humo de aquella explosión, fue no poder conocerle en esta vida. Espero que, como promoción, algún día nos podamos reencontrar con ellos. Sabes que tu Regimiento, el Córdoba 10, tampoco te olvida. Iba a hacerte un acto íntimo hoy, pero, de nuevo, el COVID se lo ha cargado. Con muchas restricciones, claro, pero allí iba a estar nuestro querido Fede en nombre de toda la promoción. Sí, otro “enano”, pero vale su peso en oro…
Un abrazo fortísimo de tu compañero, camarada y amigo,
Pedro.