sábado, 24 de octubre de 2020

JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! INTRODUCCIÓN

Han pasado ocho años ya desde mi misión en Afganistán. Tiempo suficiente para que lo que escriba ahora sea inocuo y valga sólo para recordar un periodo intenso de mi vida e intentar que el lector pase un buen rato. 

Escribir siempre me ha relajado. Traduzco mejor mis sentimientos enfrente de un papel que de viva voz. Además, como últimamente me emociono con facilidad, puedo explayarme sin recato en mi buscada soledad. En el caso de esta misión, escribir fue casi terapéutico. Me quitaba horas de sueño, que sin duda necesitaba, para escribir a mi familia y amigos íntimos mis pensamientos y experiencias. Fue una serie de correos que titulé “Jesusito de mi vida, ¡Jesús qué vida llevo!” La frase era original de Pablo Carbonell y se la cogí prestada a su grupo “Los toreros muertos” del disco Por Biafra. Me venía como anillo al dedo... 

Ahora que los he recuperado del “fondo” del ordenador, voy a intentar juntarlos y dar un poco de coherencia a la historia (por ejemplo, he incluido esta introducción –en su momento innecesaria– para poner un poco “en ambiente” al lector ajeno a todo esto). Es importante entender también las circunstancias en las que escribía y a quién iba dirigido. Las expresiones, las licencias que a veces me tomo, el tono sarcástico o sombrío dependiendo del día…, todo era fruto de un entorno complicado, del cansancio, la tensión, el aislamiento, la preocupación… El teclado era la válvula por la que salía ese punto de sobrepresión que me permitía trabajar cada día al 200%. Ahora sólo espero recordar…, y que les entretenga.   

 En 2012 (año 1391, según el calendario afgano, variante yalalí del calendario persa) desplegué durante seis meses en la base que la International Security Assistance Force (ISAF) tenía en el aeropuerto de Kabul. En el infierno de acrónimos que inunda el mundo militar (y del que en esta serie de artículos podrán disfrutar de lo lindo) era KAIA.

Mi puesto era de CJ-5 Plans Deputy Director dentro del Cuartel General de Operaciones Especiales de ISAF (ISAF SOF). Segundo jefe de planes, para entendernos. ISAF SOF era una de las tres tribus (sí, así se denominaban, The Three Tribes) de operaciones especiales que operaban en Afganistán. Las otras dos eran el Mando Componente de las Fuerzas Combinadas de Operaciones Especiales en Afganistán (CFSOCC-A) y la Task Force 3-10. Podemos decir que, como OTAN, nosotros éramos los más internacionales, los más visibles y los que teníamos un espectro de misiones más amplio, centrado en dotar a las Fuerzas de Seguridad Nacional Afganas (ANSF) de unas unidades con capacidades especiales, útiles en su lucha contra la insurgencia y en la protección de la población. Los otros, especialmente la TF 3-10, eran los verdaderos “badass” del barrio.

En ISAF SOF sólo estábamos tres españoles. El primero, un capitán perteneciente al Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC) del Ejército del Aire. Un verdadero “máquina”, con varias misiones en el teatro como Joint Terminal Attack Controller (JTAC). El tío se tiró los seis meses en el turno de noche del Centro de Operaciones Conjunto (JOC), que es ese sitio lleno de pantallas, teléfonos y oficiales de enlace de los Special Operations Task Groups (SOTG) unidades sobre el terreno que planean y ejecutan las misiones desde donde se monitorizan las operaciones en tiempo real. Entraba a las diez de la noche y, cuando salía a las diez de la mañana, todavía le quedaban ganas de meterse una paliza con el TRX. El segundo, era un capitán de Inteligencia del Ejército de Tierra. Trabajaba en la SOF Fusion Cell, una especie de colector de información de las fuentes más diversas que se puedan imaginar. Llegaban toneladas de información y salían “diamantes” de inteligencia. Era otro “máquina” en lo suyo.  Estuvo tiempo, prácticamente los seis meses, llevando su área de responsabilidad (Regional Command West –RC West–, el de nuestros chicos) y la de un segundo RC, el North. Era “hijo del Cuerpo” y eso se notaba… Trabajar con él era siempre una garantía. Y, por último, estaba yo. Un comandante “del montón” en un mundo aparentemente hostil de yankeesbritsozzies y algún kiwi perdido…, pero, eso sí, en ganas, no me superaba nadie. Pues visto un poco el percal y mareados en el mar de siglas, vamos al lío:

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