jueves, 12 de noviembre de 2020

JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 5

Es obvio que la cercanía del peligro reordena la escala de valores y se aplica, como nunca, el españolísimo dicho de "no nos acordamos de Santa Bárbara más que cuando truena". En la vida militar esto es más verdad que en ningún sitio. He visto, al mismo tío que se cagaba en todo lo sagrado por la mañana, santiguarse por la noche más que un cura loco, al acercarse a la puerta del avión en un salto nocturno. En operaciones, cuando sales por la barrera, ocurre lo mismo... Y yo no iba a ser menos. 

DETENTE BALA
Foto: Pedro Erice

Llevo al cuello el Cristo legionario que me regalaron mis amigos cuando ingresé en la Academia. Es ya “de dotación”, parte de mí, y lleva acompañándome desde entonces, siempre de guardia, 24/7, como la “Meretérica” que diría el gran Chiquito de la Calzada. Para esta misión, junto a la chapa de identificación, le acompañan en la cadena una tau franciscana de madera que me regaló mi mujer, una pequeña medalla de la Virgen Milagrosa que me regaló un amigo de Alicante y mi medallita de la primera Comunión –sentimental que es uno–. Vamos, que parezco el colega palúdico de un rapero del Bronx. Aparte, llevo en el bolsillo de mi uniforme un Detente que me regaló mi grandísimo amigo Juande hace mil años y que sigo conservando con cariño y una estampa de San Judas Tadeo que me regaló el día que me vine para acá, a pie de aeropuerto, otro buen amigo taxista y ex cabo de mi compañía del regimiento "Asturias" 31. 

Como veis, voy más blindado que un carro de combate. Pero, ya que hemos empezado con dichos y refranes, también me aplico otro que dice, "reza, pero no dejes de remar hacia la orilla" (o "habla bajito pero lleva un gran palo", pero este es de otra historia...). Así que, además de este “blindaje” y de salir preparado y con la artillería lista y aceitada, los domingos, en la misa que se celebra aquí en KAIA, le doy las gracias al Señor de los Ejércitos por una semana más, para que vea que yo también soy un tipo proactivo. 

LTC Chaplain Jerzy "George" Rzasowski

La verdad es que es una hora de recarga de pilas. El sacerdote es el "orgánico" del V Cuerpo norteamericano, con guarnición en Alemania. El páter George –en realidad es el teniente coronel capellán Jerzy “George” Rzasowski–, polaco hasta la médula, con un acento al hablar inglés que debe revolver a Shakespeare en su tumba, es otro personaje de los que anda por aquí digno de mención. Habrá pasado ya los cincuenta, no muy alto, de complexión fuerte, cabeza rapada, con gafas y una sonrisa permanente en la boca. Se ordenó sacerdote en su Polonia natal en 1985 y fue capellán en el famoso sindicato Solidarnosc de Lech Walesa. Ejerció también de misionero en América Central donde, aparte de enfermar gravemente, inició su contacto con los norteamericanos. Llegó a los EEUU para tratarse esa enfermedad y, en cuanto le conocieron un poco, le ofrecieron unirse al US Army antes, incluso, de obtener la nacionalidad. Eso sí, su primer destino fue Guantánamo, con los refugiados. Es un tío que despierta curiosidad sólo con cruzarte con él por la base. Tened en cuenta que en el ejército norteamericano hay mucha competencia (judíos, protestantes, mormones, musulmanes, etcétera), así que el páter George tiene que ganarse su cuota de fieles, pero a base de bien. 

Lo primero que llama la atención cuando vas al centro de conferencias, lugar donde se celebra la misa, es que en la puerta ya está el páter George recibiendo a los fieles con un apretón de manos. El primer día que fui me quedé alucinado. La estola, esa especie de bufanda que se ponen los sacerdotes para decir la misa, era blanca y estaba llena de parches de las unidades americanas con las que había servido y tenía dos banderas polacas en sus extremos. Su "rebaño" de los domingos está formado por unas cuarenta personas, mayoritariamente norteamericanos, españoles e italianos, seguidos por polacos, franceses, belgas y algún trabajador filipino. El tío ha montado un coro —son cuatro: un coronel norteamericano que toca la guitarra, una tía buenísima que canta muy bien (hasta la Beretta que lleva a mitad de muslo le favorece), un filipino que también canta bien (aunque no está bueno, todavía) y un tío indefinido que está ahí, supongo que para ver si se tira a la rubia, porque no canta una mierda—. Así que la misa es muy animada y participativa. Por supuesto es en inglés, pero puedes coger un papelito con las respuestas principales para poder seguirla bien. Además, siempre la segunda lectura se lee en otro idioma para acentuar la multinacionalidad de la fe. 

Pero lo mejor es la homilía. Ahí el páter George saca lo mejor de sí y de su inglés y nos hace pasar un rato de lo más agradable. Al contrario de lo que está pasando con parte de nuestro clero, es capaz de llevar las lecturas dominicales a nuestro día a día con ejemplos claros, precisos, incisivos y, encima, con gracia. Un crack, vamos. La comunión es por orden de hileras de delante a atrás —siempre hay un español que, siguiendo esa tradición tan nuestra, esprinta desde atrás, colocándose el primero ante el asombro del respetable— y, para el que quiera, se ofrece también el cáliz con el vino. No es raro encontrarte a un coronel americano oficiando de monaguillo.

Escapulario de San Jorge
Foto: Pedro Erice

Finalmente, antes de irnos, hay una costumbre muy bonita que también revela la forma de ser del padre George. Llama a todos los que acaban de llegar al teatro de operaciones y los pone en fila mirando a los feligreses. Les regala un escapulario de San Miguel —hecho por asociaciones de mujeres de militares de los EEUU— y les pide que recen por ellos mismos, por todos sus compañeros desplegados y, sobre todo, por sus familias, que lo están pasando peor que ellos. Aplaudimos. Llama después a los que se van del teatro en la siguiente semana y es su última misa aquí. A éstos les regala un rosario, da gracias a Dios por haberles ayudado a finalizar la misión y a ellos por el sacrificio realizado —hay americanos que despliegan por dos años, casi “ná”— y, aquí está para mí la grandeza, rezamos una oración con él por todos ellos, para que lleguen sanos y salvos a sus hogares y para que puedan reiniciar sus vidas con sus familias. 

No rezamos por los que se quedan, que estamos para lo que estamos y lo que tenga que pasar, pasará. Hay que rezar por los que vuelven, porque se lo han ganado. Aplaudimos. A veces co-oficia un cura croata que parece un levantador de peso —es bueno tener un "deputy", dice el páter George con cierto cachondeo—. Y, cuando termina la misa, ahí está el páter George en la salida, de nuevo, para darnos un abrazo, las gracias y citarnos para el domingo siguiente. Entonces, sólo queda correr, porque el comedor lo cierran a las 14:00 y la misa acaba a menos cinco.

Hablando de polacos, quedé en contaros algo de mi nuevo “compi” que, como era de esperar, no me está defraudando. Os cuento: hace unos días estuve un poco malito. Gripe o algo así. O, simplemente, un bajón de respirar la cantidad brutal de mierda que hay en el aire. Dariusz, que así se llama, me debió de ver un poco jodido en el ordenador, así que a la mañana siguiente me trajo una pastilla de algo. "Drugs for you, man". Automedicarme internacionalmente es algo a lo que no puedo resistirme. Me dijo: "Yo me tomo una pastilla, pero tú, que eres más pequeño, tómate media hoy y media mañana". 

Y eso hice. ¡Mano de santo, oye! Hoy me he tomado la segunda mitad y me encontraba tan bien que me he ido al gimnasio. Suelo correr en la cinta unos 40 minutos sin pasar de 160 pulsaciones por minuto, lo que me supone hacer el hámster a un ritmo normal, que alcanzo progresivamente en el primer kilómetro. Pues bien, empiezo a correr y, casi sin sudar, ya había alcanzado esas pulsaciones. "¡Qué raro!”, pensé. “Será la resaca de la enfermedad o el calor especialmente agobiante que hace hoy en el gimnasio". A los diez minutos estaba ya a 180 pulsaciones y a la media hora lo he dejado porque no conseguía bajarlas.  Después, en el trabajo, se lo he comentado a Darek —así le llaman los amigos y así quiere que le llame—. "¿Qué has ido al gimnasio habiendo tomado tropo-men-tazol?", me dice descojonado —ya os he dicho que aquí todo el mundo se descojona cuando estás a punto de morir— ¡Estás loco! ¿Y qué tal el corazón?” "Pues como una moto, Shrek de las pelotas".

Nos hemos echado unas risas más y después, un poco arrepentido por no advertírmelo, me ha traído una botella de litro de aloe vera al 99%. Se ha traído seis de Polonia. Me explica: "Me las ha recetado nuestro médico militar para limpiar de gérmenes el organismo. Como aquí no podemos beber un vaso de vodka, dice que esto hace, más o menos, el mismo efecto". "¡Olé vuestros güevos!, muchas gracias Darek, te debo unas cervezas" le dije. "No", me contestó todo serio. "Esto no se paga. Es un regalo entre nosotros. Entre hermanos de armas".

Ahora en serio, me ha emocionado el jodido gorila. Misiones en Congo, Sudán, Irak —donde por una decisión política les dejamos colgados de la brocha en la brigada que compartíamos— y tres en Afganistán, donde abrió el teatro con su task force en Ghazni, y me llama su hermano de armas. Lo escribí en uno de mis primeros artículos del blog, Polonia tiene algo especial para mí. El animal que tengo al lado, con un corazón que no le cabe en sus cien kilos de “carnaca”, me ha confirmado el porqué. Os aseguro que, si ya iba tranquilo con mi tirador siciliano, con Darek he hecho un buen binomio. Sé que me cubrirá la espalda sin duda alguna. Y os aseguro que yo la suya. Hasta el final.