REGALO DE MIS CHICOS EN MI DESPEDIDA DE LA 3ª CIMZ. |
Fue así cuando, el otro día ,encontré unos folios que ya no recordaba su existencia. Eran mi discurso de despedida como capitán de la 3ª compañía del entonces Regimiento de Infantería Mecanizada "Asturias" 31, el regimiento que tengo el honor de mandar ahora –sí, tiene su morbo, ¿verdad?. Como este blog es una buena manera de tener bien clasificadas las cosas, lo subo. Ya están aquí tres de los discursos más importantes de mi vida militar. Puede que mi despedida del Cuarto Militar de la Casa de Su Majestad el Rey sea el cuarto, pero pertenece a un ámbito más íntimo, discreto, un poco menos castrense quizás pero profundamente emotivo. Dos tomas de mando –con la solemnidad de un patio de armas con la unidad formada– y una despedida –en la intimidad e informalidad de una sala táctica de compañía. Salvando las distancias de estilo y madurez, me gusta ver que mantengo cierta coherencia a través del tiempo. Sí, la vida militar me ha ido esculpiendo un estilo de mando. Imperfecto, pero mío. Si es bueno o malo, mis superiores, compañeros y subordinados son los que tendrán que juzgarlo, no yo.
En fin, era el 10 de noviembre de 2002 y me encontraba en Mostar al mando de un subgrupo táctico generado sobre la base de mi compañía orgánica. Ya estaba destinado en el Mando de Operaciones Especiales, donde me incorporaría a mi regreso. Y esto es lo que les dije:
Aunque con un poco de adelanto, quiero hoy despedirme oficialmente de vosotros, “núcleo duro” de mi querida 3ª Compañía. Por supuesto, no estáis todos los que sois, pero sí sois todos los que estáis.
Han pasado casi cuatro años desde que el teniente coronel Roel, un 19 de mayo, me entregó el mando de la 3ª compañía. Una compañía, según sus propias palabras, descabezada, desunida, floja y sin ánimo, a años luz de la 2ª del entonces capitán Capella. Era la oveja negra del Batallón, como lo hemos seguido siendo, por diferentes razones, hasta el día de hoy. Al hacerme cargo no podía entender esas palabras, ya que el equipo de gente que allí me encontré, sobre todo suboficiales y tropa, era magnífico. Tenía una lista de revista de cincuenta y pocos. La mayoría de reemplazo y unos cuantos buenos profesionales que, desgraciadamente, ya habían pedido vacante.
Así que empezamos a trabajar, por la “sordi”, sin darle importancia, como hacen los buenos. Fuimos creciendo. Llegaba gente nueva que instruíamos y se iba a completar otras compañías, pero los poquitos que se quedaban eran los escogidos, la crema. Este trasiego de personal de tropa hacia otras compañías ha sido también nuestro sino durante estos cuatro años. El número de licencias de la compañía en este tiempo, sin contar destinos a otras unidades, Academia General Básica de Suboficiales y Guardia Civil, no llega a quince militares. Sólo quince militares se han ido a la calle. La última tacada que tuvimos que dar al resto del batallón fueron 37 hombres. Llegaron también nuevos mandos, oficiales como el alférez Sellés, el entonces alférez Paredes o el teniente Robles, suboficiales como el entonces sargento Franco, el sargento 1º Álvarez o el sargento Barco y la Compañía fue creciendo en número y nivel.
Pronto se marcó un talante, del que, con la ayuda del cabo 1º Yañez, me reconozco culpable. Un estilo que sé revolvía la tripas a muchos y que me ha ocasionado innumerables veces lluvia de partes y problemas: botón superior desabrochado, patillas, perilla, barba, pelo rapado, saludo enérgico con el codo atrás, taconazo, palmada en el descanso. Busqué con ello algo para mí importante en una unidad: Algo que nos identificase y nos uniese. Ser y sentirse diferente. Podía haber escogido colgarnos una cinta blanca de la hombrera, o agujerearnos la nariz, pero no podía ni quería negar mi origen y reconozco orgulloso que seré legionario hasta que me muera.
Pero estas maneras externas no valdrían de nada si no estuvieran respaldadas por trabajo. Todos nos acordamos de las maniobras Alfa en Toledo, acostándonos a las 03:30 de la mañana y levantándonos a las 07:00 o las jornadas de instrucción continuada a piñón, prácticamente sin dormir, con todos hechos mierda. Las maniobras en Zaragoza, con sus temas tácticos y de exhibición, sus tiros de pesada y los embarques y desembarques de vehículos en los trenes en tiempo récord, o las de Valladolid con aquel partido de rugby que me hizo pasar horas yendo y viniendo del centro médico. Los temas de fuego real, que pusieron los pelos de punta al teniente coronel Mayoral, al capitán médico del Valle o al mismísimo coronel Piñar.
Las topográficas, los rápeles, las alcantarillas, los temas de fuego real con munición plástica en la limpieza de posiciones, entrando simultáneamente por dos ramales opuestos que exigía una coordinación "al pelo". La pista de combate y la americana de Toledo –del derecho y del revés–, el agua y las tiritonas en las continuadas de estaciones en El Goloso. Las subidas a Peñalara, recuperando la tradición del Belén incluida, que bajábamos a la carrera después; las marchas con nieve en la Sierra de Guadarrama, prohibidas hasta entonces y las caídas en el camino Schmidt helado. Cuerda Larga, dos veces en un verano porque somos los más chulos, con el coronel a nuestro lado. Las mil formaciones que nos hemos comido (y las que nos quedan), desde el Palacio Real al Congreso de los Diputados, las patronas, las visitas, muchas de ellas agregados a carros y que hacían al teniente coronel Mayoral decir que el que formara la 3ª era garantía de que las cosas saldrían bien. La escuadra de gastadores, que marcó un hito en el Asturias –donde no existía– y en mi alma legionaria. Las competiciones deportivas, en las que la gente se aburría de ver salir al personal de la compañía a recoger los trofeos.
Pero si sólo hubiera sido esto yo no sería el capitán Sebastián de Erice, sino el capitán América y tendría en lista de revista a Rambo, Terminator, Orzowei y Sandokán. Teníamos y tenemos nuestro lado oscuro. Somos, empezando por mí, capaces de lo mejor y, momentos después, de lo peor. Pero también lo asumí. Se me ha acusado de cierta permisividad y paternalismo y es cierto. A veces os he dejado demasiada cuerda, consciente de que lo hacía. A todos, no sólo a la tropa, sino también a los suboficiales y oficiales, pero con un solo objetivo: que la compañía avanzara como lo ha hecho. Como una máquina de guerra bien engrasada.
Y una y otra vez, unos y otros, voluntaria o involuntariamente, me han dejado vendido. Pero no he querido aprender. No he querido escarmentar. No he querido cambiar. Siempre he pensado que merecía la pena seguir confiando en vosotros –hoy lo sigo pensando–, aunque ese haya sido el motivo de irme, cambiar para poder dormir tranquilo con mi conciencia, con mis ideales, con mi estilo de mando, bueno, malo o peor, pero mío. Para no traicionar la lealtad que sé que muchos de vosotros me tenéis, convirtiéndome en un subordinado dócil sin personalidad.
Había un cuadro con una cita en un aula de la
Academia General Militar que me impactó en su momento y me ha acompañado desde entonces: "La recompensa del capitán no está en las notas de su comandante, sino en la mirada de sus hombres". Gracias a Dios, todavía puedo miraros a la cara, a todos. Me marcho del "Asturias" con dos arrestos, una cruz y los recuerdos de posiblemente los cuatro mejores años de mi vida. Pero dejo también algo de mí entre vosotros. Como pone la placa de la Bandera que dejo de recuerdo en la compañía: Recibid el corazón de vuestro capitán, para siempre.
Academia General Militar que me impactó en su momento y me ha acompañado desde entonces: "La recompensa del capitán no está en las notas de su comandante, sino en la mirada de sus hombres". Gracias a Dios, todavía puedo miraros a la cara, a todos. Me marcho del "Asturias" con dos arrestos, una cruz y los recuerdos de posiblemente los cuatro mejores años de mi vida. Pero dejo también algo de mí entre vosotros. Como pone la placa de la Bandera que dejo de recuerdo en la compañía: Recibid el corazón de vuestro capitán, para siempre.
¡No seremos los mejores, pero sí los más valientes!