Hoy para empezar me gustaría escribiros una reflexión. Mirad que llevo relativamente poco tiempo aquí y ya he visto, de forma cristalina, cómo en algún momento de la Historia reciente, España se cayó del carro del liderazgo militar. Sí, del LIDERAZGO que se escribe con mayúsculas y sale en los periódicos y en los libros de Historia. No me refiero al liderazgo “embarrado”, al de nuestros chicos desplegados en Qala i Naw y los Puestos Avanzados de Combate (COP), que en ese sigue sin hacernos sombra nadie.
Aquí, a mi “monoestrellado” general COMISAF SOF (es ahora australiano, pero lo mismo pasa con los británicos o los norteamericanos) no le tiembla el pulso en autorizar una operación de "matarile-rile-rón" –kinetic strikes las llaman, me descojono–, incluso en contra del dictamen negativo de nuestro asesor legal (no es vinculante; la responsabilidad recae en el jefe). Si es necesario se “retuercen” los parámetros de la operación para ser él quien decida el “GO” –esa señal que desata “ira y fuego”– y no escalones superiores, porque el tiempo haría que se perdiese la oportunidad. Pensad que, a partir de un nivel, los talibanes saben que son objetivo permanente (miran al cielo más que un meteorólogo, sabiendo que siempre hay un Predator o un Reaper con “eyes on target”). Así que los muy cabritos viven rodeados de mujeres y niños para evitar el palo. Por eso, si hay suerte y de repente el tío se monta en una moto y se traslada de una aldea a otra, la decisión de meterle un “hellfire” por donde duele tiene que ser instantánea, porque desaparece en minutos. Lo mismo ocurre en aquellas acciones directas que se ejecutan próximas a la frontera pakistaní o a determinadas instalaciones civiles. Me admira ese paso adelante, ese “la decisión es mía”, consciente de que siempre le acompaña la responsabilidad del resultado.
Pero claro, aquí, prácticamente a diario, ISAF tiene sus KIA –Killed in Action–. Y eso, para un comandante de fuerza, es devastador. Detrás de las estadísticas hay bolsas negras y, tras el cuerpo que va dentro, una familia destrozada. Por suerte, y el gran jefe lo sabe, tiene en su mano a los mayores cabrones-motherfucka que hay en este puto país. Y, sinceramente, yo me siento muy orgulloso de contribuir, formar parte de ese “selecto” grupo y llevar el mismo parche que ellos. Tendríais que oír al general John Allen (comandante de ISAF) hablar de sus chicos de operaciones especiales… Y mientras, mi antecesor y ahora yo, peleándonos para que España ponga aquí una unidad de operaciones especiales. Y en vez de impulsarlo, el que no nos hace la cama, nos cortocircuita o le vende a los que pueden decidir el cuento de que somos unos "shadow killers". En fin, es lo que hay.
Tras la “rajada”, sigo contándoos mi día a día. En el Kabul International Airport despliega el ISAF Joint Command (IJC) –segundo nivel de mando del Teatro después del ISAF HQ, que se encuentra en la “green zone” de Kabul– y nos ceden un huequito chiquitito al Cuartel General de las Special Operations Forces. Somos pocos, pero en general, bien avenidos. Como mandan los procedimientos, nuestra zona de trabajo está aislada. Está bien, porque eso le da un punto más al halo “misterioso” que nos rodea. Sí, ayudan los códigos en las puertas…, y poner la mirada de los mil metros cuando alguien te pregunta algo. Así, he conseguido que no sepan si es porque, en efecto, soy un special operator o es porque no me he enterado una mierda de lo que me han dicho...
¿Y cuál es mi horario “tipo”? Pues me levanto a las 06:20, una ducha y el afeitado correspondiente en los lavabos comunales (hablaré en el futuro de ellos). Por cierto, sobre la ducha, no me moló nada, nada, el cartel que hay en cada una de ellas. Prohíben tres cosas: beber el agua (normal teniendo en cuenta la cantidad de desinfectantes que le echan), orinar y sonarse los mocos: “¿Con quién cojones convivo? ¿No os podéis duchar, simplemente, cabrones?” No sé por qué, pero creo que haberme pillado unas chanclas de “plataforma” habría sido un acierto.
Me doy mi paseíto al DFAC –Dining Facility– para desayunar y vuelvo a la habitación para lavarme los dientes (y así estar en “zona segura” por si algo de lo ingerido quiere ver la luz antes de tiempo, nunca se sabe). En cualquier caso, a las 07:30 estoy sentado en el JOC para la primera videoconferencia de la mañana, que suele durar menos de media hora. Sobre las 10:10, cuando sale el “battle captain” español del turno de noche, me tomo un capuccino o un té con él. Al ratito vuelvo al curre, ya hasta las 13:00, cuando nos vamos a comer. Sobre las 14:00, más o menos, vuelvo al SOF corridor, donde está mi puesto, hasta las 16:30 que me voy a cambiar para ir al gym. Ducha, cambiarse otra vez y, antes de las 18:45, de vuelta para el Commander's update, que empieza a las 19:00. Cuando acaba, entre 19:45 y 20:00, nos vamos a cenar. Vuelvo para dar el último empujón, que me lleva hasta las 22:30. De camino a la habitación, paro en los locutorios y llamo a la familia. Es la hora adecuada porque pensad que hay, ahora, dos horas y media de diferencia y, en invierno, tres y media (es decir, cuando aquí llamo a las 22:30, allí son las 20:00). Después de la dosis de morriña, llego a la habitación: aseo, cambiarse, leer el correo, las noticias de España, un capítulo de una serie o si tengo fuerzas, como hoy, escribiros. Me acuesto sobre las 12:30. Poco tiempo para mí, la verdad.
Para que entendáis un poco los tiempos y distancias, mi dormitorio está a unos cinco minutos del comedor, ocho del despacho y trece del gimnasio, con lo que vas mucho de aquí para allá. Y esto es lo que hay. En este horario "tipo" hay que meter las reuniones externas, internas, las salidas, los “apretones” por misión y alguna variación que hay los días “sagrados” –viernes principalmente, y menos los domingos– en los que puedes levantarte un poco más tarde (aunque yo soy un desgraciado y los domingos tengo una reunión en Kabul que me obliga a levantarme a las 5:20). Veis que “rompo” el horario todo lo que puedo, e intento no estar más de tres horas seguidas sentado. La misión es larga y mi experiencia (y la de mi relevo) me dice que es lo correcto.
Por lo demás, me acuerdo mucho de mi chica. Pienso en las cosas que le gustarían de aquí (pocas), lo que diría de determinada gente que me cruzo (la fauna de KAIA es flipante), qué elegiría en la zona de las ensaladas del autoservicio o qué cereales escogería por la mañana. Pienso en cómo se alegraría de ver cómo cuidan a los perros de trabajo (hay de explosivos, drogas y ataque), que tienen sus perreras climatizadas y la única piscina que hay en KAIA para su uso exclusivo. No os podéis imaginar la cantidad de vidas que salvan. Y en el recuento de muertos y heridos del día tienen la consideración de un combatiente más. Consideración bien merecida... y al que no le guste, que le den.
También me acuerdo de la peque cada vez que salimos y veo niños. O en el update diario cuando cuentan que otro hijo de puta se ha volado llevándose algún chaval por delante o que directamente lo han usado para llevar una bicicleta bomba hasta los chekpoints de la green zone. Todos, los cinco, perritos incluidos, tendríamos que estar dando gracias a Dios, y no parar, por la vida que nos ha tocado vivir. Con "apretones" y todo. Aquí, yo ya estaría rozando la esperanza de vida y la peque hubiera muerto en un parto clandestino o justo tras él. De adopción, ni hablamos. A mi chica, la verdad, no la veo con el burka ni "harto de grifa", y esa “rebeldía” le hubiera costado un tiro en la nuca de cualquier talibán. Estando aquí entiendes el porqué de muchas cosas. No sé si estaremos perdiendo la guerra, pero lo que sí sé es que se ha hecho mucho bien por la gente de este país. Alguna cagada, por supuesto, pero en general, mucho bien. Y el precio es sangre. Pero, como te digo, con sólo darse una vuelta puedes entenderlo, quien quiera entenderlo. Cuidaos mucho por ahí, que yo aquí ya voy armado…
(Continuará)