jueves, 10 de diciembre de 2020

JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 9

Regalo de mi hija la noche antes de venirme a Afganistán.

Dije hace algunos meses que tenía que escribirle unas líneas a mi hija y aquí estoy, sentado delante del ordenador, dispuesto a ello. No es fácil, porque aunque siempre escribo impulsado por sentimientos, en este caso están haciendo que se me nuble la vista y me tiemblen las manos sobre el teclado. Casi cinco meses de misión y, por qué no, la edad, están pasando factura a mi otrora duro corazoncito. Nos conocimos en la ciudad china de Nanning hace ya seis años. Recuerdo que mi mujer y yo la reconocimos de inmediato en cuanto entró en la sala en brazos de su cuidadora. Era la más pequeña de todas, once meses, y desde la seguridad de su atalaya humana observaba curiosa el espectáculo. No lloró en ningún momento. Aceptó los brazos de su madre, tranquila, los ojos bien abiertos, ajena a los llantos que la perspectiva de cambio había provocado en sus compañeras de orfanato. No imaginé ni remotamente lo que me esperaba, aunque debería haberlo hecho: esa pequeñaja de ojos sorprendentemente redondos, negros y profundos, boca desdentada pero de labios perfectos, naricilla de botón y aparente fragilidad, escondía la fortaleza de carácter de un monje Shaolin. Y la iba a necesitar, porque “papá comandante” tampoco es un tipo fácil…



Después de siete años de matrimonio, la llegada del nuevo miembro al núcleo familiar requirió un esfuerzo por parte de todos, perros incluidos, y supuso las mayores discusiones de nuestra vida de pareja. Teníamos todo hablado, preparado, estudiado, diseñado y casi hasta ensayado, pero no, nuestra peque nos dejó claro desde el primer momento que íbamos a tener que poner toda la carne en el asador si queríamos sacar adelante nuestro proyecto familiar. Recuerdo una de mis frases desafortunadas a los pocos días de regresar a España. Después de una hora y media de lucha, Clara acababa de vomitar la cena con todo éxito (lo típico: padre emperrado en que su hija se termine la papilla, hija que considera que ya es suficiente, padre que decide que tres cucharadas más, hija que le avisa con una arcada, padre que ignora el aviso y le da una última cucharada, padre que levanta los brazos triunfal, hija que mira fijamente a su padre, padre que mira fijamente a su hija bajando lentamente los brazos y borrando su estúpida sonrisa de ganador, padre que empieza a repetir “no, no, no”, madre que pregunta: “¿no, qué?”, madre que mira a padre, madre que mira fijamente a su hija, perritos que acuden a ver qué pasa, madre que empieza a repetir “no, no, no” desfasada π medios de los “no, no, no” del padre, hija que abre la boca como un pez, segundos interminables tipo Matrix, hija que finalmente vomita toda la cena como si fuera un surtidor, madre que echa la bronca a padre, hija que respira aliviada, padre que se desespera, perritos contentos con la recena, madre e hija que se van al baño y padre que se pone a limpiar el vómito cagándose en todo lo que se menea, de nuevo, perros incluidos). No sé el contexto exacto, pero recuerdo que con el pantalón todavía vomitado y la fregona en la mano miré a mi mujer y dije algo así como: “Me tienes que dar tiempo, el amor nace del roce y ella acaba de llegar”. En ese momento Monty y Ike, que diligentemente me habían ayudado en mi desagradable tarea de limpieza doméstica, pasaron a mi lado y sentencié, cagándola como sólo los hombres de verdad podemos hacerlo: “Ahora mismo, en mi escala de cariño, ellos están por delante”. Sentí cómo la mirada de mi mujer me atravesaba, rebotaba en la pared y se me clavaba en la nuca. Pocas veces he estado tan cerca de sufrir una “salvaje agresión” como esa vez y, posiblemente, nunca con tanta razón.

Pero el tiempo pasa y, en efecto, del roce nace el cariño, el amor y la pasión y ahora me dejaría arrancar la piel a tiras sólo por un “abrazo fuerte” de los suyos. Porque ella no se imagina lo que significa para mí que me dé la mano durante los paseos, ver una película juntos “recauchutados” los tres en el sillón, que se meta con nosotros en la cama a no dejarnos dormir o que me ayude los viernes a hacer la pizza de la cena. No se imagina lo orgulloso que me siento cuando la veo leer por la noche, recostada en su cama como si fuera un adulto relajándose después de un día de trabajo; o hablar y escribir en inglés; o montar en bicicleta; o caerse, una y otra vez, con sus patines puestos; y, una y otra vez, volverse a levantar. No sabe cómo echo de menos aquí rezar cada noche con ella, sentado al borde de su cama, pasar antes de acostarme a arroparla y darle el último beso del día muy suavecito para no despertarla, hacerle cosquillas hasta que se le salten las lágrimas de tanto reír o ponerle la crema por las mañanas, aún medio dormida, antes de irme a trabajar. No se imagina que la oigo cómo se levanta los días festivos, despacito para no molestarnos, se pone su bata rosa y se va al salón a ver los “dibus”, en inglés, independiente y autosuficiente.


No, no es la mejor, ni la más lista, ni la más guapa, ni la más obediente. Pero es mi chica, mi “gordi”, mi punto débil y le arrancaría la tráquea sin dudar un segundo al que siquiera pensara en hacerle daño. Y eso que sabe que conmigo tiene poco margen, que nada más le falta el gorrillo para funcionar como una cabo de la Legión. Nos comería por los pies si no lo hiciera así. Nadie me ha sostenido la mirada como lo hace ella cuando la regaño. Nadie. La he visto, cuando todavía casi no levantaba ni un metro del suelo, comerse una bronca con azote incluido, dirigirse despacio a su cuarto sin derramar una sola lágrima, cerrar la puerta y allí, sin testigos, explotar en llanto. No se permite el lujo de que la vean vencida…, salvo cuando le interesa en su refinada estrategia de manipulación. No será nada fácil el futuro que le tocará vivir y yo, puede que equivocado, he decidido “armarla” para ese futuro a costa de no ser el “papá colega” que seguro ella hubiera preferido y que tan de moda está ahora. Disciplina y esfuerzo, pero también flexibilidad y cariño. Cooperación, familia, respeto y verdad. Unidad en lo bueno y en lo malo. Sabe quién es y de dónde viene, igual que sabe que su padre no está repartiendo “bollicaos” en Afganistán.


A ella le dedico esta oración, traducción libre de la escrita por el general norteamericano Douglas MacArthur[1]Porque llegará un momento en que tendrá que luchar sola en esta perra vida… Pero, no todavía… No todavía…


Dame, ¡oh Señor!, una hija que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valiente para enfrentarse a su propio miedo; una hija que sea orgullosa e inflexible en la derrota honrada, y humilde y magnánima en la victoria.

Dame una hija que nunca doble la espalda cuando deba levantar la cara; una hija que sepa conocerte a Ti. Condúcela, te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil, sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los retos. Allí déjala aprender a sostenerse firme en la tempestad y a sentir compasión por los que fracasan.

Dame una hija cuyo corazón sea limpio, cuyos ideales sean altos; una hija que se domine a sí misma antes de que pretenda dominar a los demás; una hija que aprenda a reír, pero que recuerde cómo llorar; una hija que avance hacia el futuro, pero que nunca olvide el pasado.

Y después de darle todo eso, agrégale, te lo suplico, suficiente sentido del humor, de modo que pueda ser siempre seria, pero que no se tome a sí misma demasiado en serio. Dale humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera grandeza, la flexibilidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza.

Entonces yo, su padre, me atreveré a murmurar: “No he vivido en vano”.





[1] Como ocurre otras veces, he encontrado varias versiones de la oración del general MacArthur. El original que he utilizado es el siguiente:
Build me a son, O Lord, who will be strong enough to know when he is weak, and brave enough to face himself when he is afraid; one who will be proud and unbending in honest defeat, and humble and gentle in victory. Build me a son whose wishbone will not be where his backbone should be; a son who will know Thee….Lead him, I pray, not in the path of ease and comfort, but under the stress and spur of difficulties and challenge. Here let him learns to stand up in the storm; here let him learn compassion for those who fail. Build me a son whose heart will be clean, whose goal will be high; a son who will master himself before he seeks to master other men; one who will learn to laugh, yet never forget how to weep; one who will reach into the future, yet never forget the past. And after all these things are his, add, I pray, enough of a sense of humor, so that he may always be serious, yet never take himself too seriously. Give him humility, so that he may always remember the simplicity of greatness, the open mind of true wisdom, the meekness of true strength. Then I, his father, will dare to whisper, “I have not lived in vain.”