sábado, 25 de diciembre de 2021

VUELVO A CASA. REGIMIENTO ASTURIAS 31

Un discurso puede ser nada más que eso, un discurso. Pueden ser palabras vacías que no van a ningún lado –lo más frecuente–, pero también pueden forzar el giro en una situación delicada o hacerse un hueco en la Historia. Para los soldados de línea como yo, todo es más sencillo. Usamos arengas más o menos improvisadas para calentar los corazones en momentos determinados y algún discurso institucional en aniversarios o celebraciones puntuales.

Pero hay una ocasión que podríamos denominar "especial". Es el discurso que se pronuncia en la toma de mando de una unidad. Es la primera vez que sus componentes escuchan al que será su jefe y no se puede desperdiciar esa oportunidad. Es el momento de decirles, directamente, lo que pueden esperar de él. Es un compromiso público, casi un pacto. Y yo cuelgo el mío aquí, como ya hice una vez. Y de la misma forma que entonces, al final, si Dios quiere que termine mis dos años de mando,  posiblemente no haya ni premio ni castigo, sea cual sea el resultado. Sólo quedará la íntima satisfacción del deber cumplido o la amarga sensación del fracaso. 


Componentes del regimiento de Infantería “Asturias” 31.

Vuelvo a casa. Casi veinte años después, vuelvo a pisar este patio en el que tantas veces formé de capitán. Y aunque ni yo soy ya ese oficial joven e impetuoso, ni el regimiento es la misma unidad que dejé en aquel lejano 2002, mantengo el mismo orgullo por llevar esta boina negra. En esta semana intensa de relevo, he tenido la oportunidad de volver a sentir ese espíritu tan especial, el del “Asturias”.

Espíritu forjado a sangre y fuego durante 358 años de historia. 358 años combatiendo en todos los conflictos acaecidos en suelo patrio y en aquellos que surgieron en Italia, Dinamarca, Francia, Portugal, Cuba, México, Colombia, Antillas, Argelia, Marruecos... 358 años en los que se fraguó una forma de ser y de actuar, cristalizada, tras la campaña del Rosellón, en un sobrenombre, “El Cangrejo”, y un lema, que es fácil de decir pero que sólo los elegidos pueden cumplir: “Al enemigo, la espalda, jamás”. Y aquí seguiremos, sin dar la espalda, ni al enemigo, ni a las adversidades, ni a los problemas.

Vuelvo, pues, con el inmenso honor y la grandísima responsabilidad de ponerme al frente de todos vosotros y creo que merecéis saber, desde ya mismo, lo que podéis esperar de mí.

Mi misión no es mandar los batallones, ni las compañías. Eso ya lo hice en su momento. Como vuestro coronel, mi misión será que cada batallón, cada compañía y, por ende, todos y cada uno de vosotros, estéis en el más alto grado de preparación, operatividad y moral que sea posible, para que cuando nuestro general así lo requiera, cuente con unidades capaces de afrontar cualquier misión. La que sea. Desde desinfectar residencias de la tercera edad, patrullar las calles de nuestras

poblaciones o acompañar los féretros de nuestros compatriotas hasta instruir unidades extranjeras, proteger fronteras lejanas o, Dios no lo quiera, combatir hasta dar la vida al otro lado del mundo. Esa sí es mi misión y a ella me dedicaré en cuerpo y alma.

Y para cumplirla, tres son los pilares en los que procuraré apoyaros e impulsaros:

La instrucción y el adiestramiento,

El mantenimiento y la operatividad de los materiales,

Y la moral y el bienestar de todos.

Primero, la instrucción y el adiestramiento, que deberán ser progresivos, intensos y constantes. Sin prisas a la hora de alcanzar los objetivos, pero sin pausas injustificadas. Nada que no estéis haciendo ya. Todos, y digo todos, porque el fuego no sabe de galones ni de estrellas, compartiremos una imprescindible buena condición física y una interiorizada instrucción individual. Ambos, junto con los valores morales de los que hablaré más tarde, son los sólidos cimientos sin los que es imposible mantener una buena unidad. Seguiremos trabajando también en la especialización, a todos los niveles, porque es la que nos da el verdadero valor añadido. Cada uno, en su puesto táctico, forma parte de un engranaje mayor y todos sabéis que la fortaleza del conjunto es la de su componente más débil. Instrucción realista, porque nuestra vocación será, siempre, estar preparados para el combate. Afrontando ese escenario, lo demás vendrá por añadidura. Instrucción dura y realista, sí, pero con una premisa: ningún ejercicio en tiempo de paz vale la vida de un soldado.

Pero dejadme que me detenga, ahora, en aquellos que tenéis responsabilidades de mando. Desde mis apreciados cabos a los veteranos tenientes coroneles. Prestigio, ejemplaridad, templanza, iniciativa, resolución... Más iniciativa... Eso es lo que espero de vosotros. Aprended a interpretar el propósito de vuestros jefes más allá de sus palabras o las líneas de una orden de operaciones. Ante la duda o la ausencia de instrucciones, pensad, analizad rápido la situación y actuad, porque estáis preparados para ello. Usad vuestra intuición. Con responsabilidad, porque siempre se nos pedirán cuentas de nuestras acciones y omisiones, pero actuad. No decidir es siempre la decisión equivocada. Aprovechad aquellos momentos del adiestramiento en los que las consecuencias de nuestros fallos se minimizan, para redoblar vuestra audacia. Perded el miedo al error honrado, aquel que es fruto del trabajo, no de la desidia, de la mentira, de la cobardía o de la inacción, porque es la única forma de aprender y mejorar. La confianza que ganéis hoy podrá salvar vidas mañana.

Y sabemos también que no podemos combatir solos. Como unidad de maniobra necesitaremos siempre de apoyos y capacitadores. Por ello, a los jefes de las unidades hermanas, entre las que incluyo a la Unidad de Servicios de Base, os ofrezco desde ya nuestra colaboración y os pido encarecidamente vuestra ayuda para seguir avanzando en una mejor integración si cabe. Juntos, contribuiremos a que nuestro general cuente con una brigada más eficaz, cohesionada y, por qué no, más letal.

El segundo pilar será la operatividad de los materiales. A combatir iremos con lo que la Patria ha puesto bajo nuestra responsabilidad. Exprimiremos la munición, el carburante, el potencial... nuestro armamento y equipo, nuestros vehículos PIZARRO y nuestros TOA. Es lo que tenemos y no me gustaría que nadie perdiera el tiempo fantaseando con lo que pueda venir en el futuro. Así que nos esmeraremos en su cuidado. El mantenimiento de primer escalón es parte esencial de la preparación y los dos batallones lo lleváis en vuestro ADN. Cuidad a los especialistas y colaborad con ellos, porque os sacarán de muchos problemas en situaciones difíciles en ejercicios y operaciones.

Sé también de nuestras carencias. En efecto, son tiempos complicados y el panorama presupuestario parece que no deja mucho espacio al optimismo. Pero os digo que, en realidad, en más de treinta años de servicio no recuerdo un tiempo fácil. Y siempre hemos avanzado a pesar de las penurias, porque nuestro compromiso con la Patria está por encima de todo. Os pido, pues, que borréis de vuestra mente cualquier atisbo de pesimismo que os aleje de la seguridad de que, cuando un militar español se empeña, triunfa siempre.

Y tercero, mi responsabilidad más importante, vosotros, los militares del “Asturias”. Sois el pilar principal, sin el que los dos anteriores carecen de sentido. Escuchad bien lo que os voy a decir: En vuestro día a día rutinario, cuidad de vuestras familias, cuidad a vuestros amigos, cuidad de vuestra salud. Como vuestro coronel, ordenaré y haré todo lo que esté en mi mano para apoyaros en esto. No por paternalismo, que siempre se convierte en nocivo. Lo haré, porque, cuando llegue el momento, cuando toque desplegar fuera, cuando lleguen las maniobras en las que se fija y cataliza toda la instrucción y el adiestramiento recibido o nos toque representar a España, al Ejército y a la brigada, no os lo pediré, os exigiré que deis el máximo de vuestro potencial. Este es mi compromiso y estoy seguro de que los hechos por venir harán que me gane vuestra confianza.

Porque no soy ningún ingenuo. Sé que son diversas las motivaciones que os traen a servir a España en el Ejército. En esas filas os mezcláis los que vivís vuestra vocación militar con toda intensidad, los que sólo os atrae la parte mas dinámica y aventurera de la profesión y aquellos que únicamente buscáis una salida laboral. Pero hay dos cosas que nos unifican y nos obligan a todos, querámoslo o no: El uniforme que llevamos, signo visible de lo que un día juramos al besar la Bandera y la herencia recibida de los que aquí nos precedieron. Ambos nos exigen ejercer y mantener una serie de valores, inseparables a nuestra condición militar. Los conocéis muy bien:

La disciplina, alma del Ejército, que nos obliga a todos por  igual; el compañerismo, que es más que acompañar, es compartir alegrías, sacrificios y riesgos; la ejemplaridad, sin la que es imposible ejercer el mando y que, para todos, va más allá del tiempo de servicio; el honor, que es lo que nos queda, cuando ya no queda nada; el valor, templado y racional, alejado de la temeridad suicida; el espíritu de sacrificio que con abnegación, austeridad y entrega, nos lleva a afrontar las penalidades en beneficio del conjunto; el sentido del deber, que guía nuestras acciones cuando la duda nos asalta; el espíritu de servicio, que es nuestro compromiso con la sociedad a la que pertenecemos; la excelencia profesional, que nos impulsa a estar en continua preparación y aprendizaje; la lealtad, que tiene siempre cuatro direcciones, y que no debemos confundir con el paternalismo, el servilismo o el falso compañerismo y, por último, el valor más importante de todos, el amor a la Patria, que da sentido trascendental a todo lo que hacemos.

Estos valores son la guía de nuestro comportamiento y son los que nos diferencian de una banda de mercenarios. Porque no somos un ciudadano más. La sociedad a la que pertenecemos, como garantes de su defensa armada, espera de nosotros un comportamiento ejemplar. Y os aseguro que, antes o después, todos nos encontraremos en la difícil disyuntiva de tener que elegir entre mantener los valores que acabo de enumerar o ceder a comportamientos que se encuentran, cada vez, más visibles en esa misma sociedad y que, desgraciadamente, apuntan en sentido contrario. Pido a Dios que nos ayude entonces a tomar la decisión correcta.

No creo que os haya expuesto nada nuevo. Nada os habrá sorprendido. Los jefes de regimiento somos aves de paso que sólo intentamos contribuir a algo mucho más importante y duradero depositado en la unidad: el servicio incondicional a España. Indudable y generoso. Así que os animo a seguir trabajando. Juntos. A desear, como dijo un cabo mayor que hoy se encuentra en este patio, no a ser los mejores, sino a ganarnos el honor de ocupar ese inhóspito espacio que queda entre ellos y el enemigo, ese hueco reservado sólo a los más valientes.

Pido a María Inmaculada, patrona de la Infantería, que es también Nuestra “Santina”, la Virgen de Covadonga, protectora de nuestro regimiento, que me ayuden a cumplir con mi deber y nos ampare a todos en nuestro servicio a España.

Ahora, queridos componentes del regimiento “Asturias” número 31, ya sabéis lo que podéis esperar de vuestro coronel.

(Mi teniente coronel, manda firmes)

Y por primera vez, al frente de todos vosotros, gritad conmigo: ¡Viva España!, ¡Viva el Rey!, ¡Viva el Ejército!


(Fotografías: Erik Sebastián de Erice Llano)