La visité todas las noches que dormí en la Academia. Antes de acostarme, pasaba por su capilla en penumbra y me arrodillaba a Su vera. Le daba las gracias por el día pasado y le pedía que me echara un cable en el que entraba. Recuerdo momentos de angustia y de alegría, los ojos fijos en aquella imagen de la Inmaculada. Desde entonces, siempre me ha acompañado en mi vida de infante y nunca me ha dejado de Su mano. Y os aseguro que no se lo he puesto fácil.
Hoy en Kabul ha hecho un día sorprendentemente templado y soleado que ha calentado un poco más nuestros corazones de infantes. Hemos recordado a nuestra Patrona con una sencilla formación. Homenaje a nuestros muertos e himno de Infantería. Hacía mucho tiempo que no lo cantaba. Es un daño colateral de estar destinado en un Estado Mayor fuera de las unidades, demasiado tiempo ya. No me acordaba de lo que me gusta y de lo orgulloso que me siento de ser infante. Después, unos gazpachos manchegos.
Pero hoy, como estoy haciendo últimamente para mantener vivo este blog durante mi despliegue, no seré yo quien escriba. Era alférez cadete en Toledo cuando un coronel vino a darnos una de las innumerables conferencias que recibimos en nuestros dos años toledanos. "Otro ladrillaco" -pensamos todos. Pero no, ese coronel nos enganchó desde el primer momento de tal forma que obligamos a nuestro "primeraco" a pedirle el texto de su alocución.
Era el coronel José María Sánchez de Toca y Catalá, infante, Doctor en Historia y una pluma formidable. Aquí está su discurso, como homenaje a mi Fiel Infantería y humilde agradecimiento a la Inmaculada, mi Patrona y, también, la de España.
INFANTERÍA
es un soldado febril que exige un puesto de primera linea, le pegan tres tiros,
pierde una mano y aún le quedan ganas de escribir El Quijote. Se llama
Cervantes, pero también podrían contestar a lista como Alonso de Ercilla, Lope
de Vega o Calderón.
Es también
el Cabo que grita en la alambrada que tiren sobre él porque está rodeado; o el
que se queda ciego de una explosión y, ciego y todo, destruye unos carros y
rechaza el ataque.
El Sargento
legionario que muere en el asalto, y viene a saberse en sus papeles que era
Grande de España. O el Brigada que toma el mando de la Compañía batida y
aplastada y la saca adelante. El Alférez que pierde los dos brazos, y sostiene
la Bandera con los codos; o el Teniente que entra pistola en mano en una cueva
a desalojar a un puñado de enemigos armados.
INFANTERÍA
es un Capitán al que han dejado cojo de un cañonazo y prepara su Compañía para
empresas divinas; el Comandante que acompaña a su General al destierro, aunque
ni está obligado ni comparte sus ideas; o el que cuando recibe la orden de
retirarse se queda con los oficiales a cubrir la retirada de los soldados y al
final solicita: "Fuego sobre nosotros".
La
INFANTERÍA es –perdonen la
insistencia– el Teniente
Coronel que en la alternativa entre el fusilamiento o dos ascensos se niega a
traicionar a los suyos; o el Coronel que no se rinde aunque le fusilen al hijo.
El General que planta cara al amo de Europa, o el que replica que la retirada
es al cementerio.
Pero estos
son la INFANTERÍA excepcional. Mejor aún, la INFANTERÍA que se crece cuando
vienen mal dadas. Porque la vida cotidiana de la INFANTERÍA no es heroica;
solamente cansada. A veces aburrida y casi nunca triste.
Lo normal
es la fatiga, el frío, la mojadura, el sudor. Lo corriente, lo que marca el
programa, es que le duelan hasta las botas; la garganta seca y el pulso
disparándose en las sienes, un chorro entrecortado de fuego en los pulmones,
surcos morados en los hombros. Dormir en la nieve o salir del avión al oscuro
silencio del salto nocturno. Trepar interminablemente para volver a bajar hasta
que tiemblen las rodillas. Tirarse al suelo sin resuello cada veinte metros.
Acarrear una mochila inmensa y una ametralladora, una radio, o el tubo o la
placa del mortero. Nunca se sabe qué es peor, si la placa o el tubo; hay
opiniones.
Lo
ordinario son las horas de guardia esperando que no pase nada, que es lo mejor
que puede pasar. La sed. El hambre. Quedarse aterido o abrasarse, o ambas cosas
a diferentes horas; y todo ello procurando sonreír y cantar. Y todo eso no
agota lo que es la INFANTERÍA.
INFANTERÍA
es tratar de hacer bien lo que hay que hacer, aceptando de entrada que puede
salir mal, y asombrarse gozoso cuando sale bien. Es esforzarse sin pedir nada a
cambio; si acaso un rato de vidilla, porque la INFANTERÍA es humilde hasta para
pedir, por no darse importancia. Como el Gobernador de Filipinas que solicitaba
razonablemente una Compañía de Infantería española para conquistar China, y no
se la dieron porque no la había. Sino, quién sabe cual sería hoy la mayor
nación de habla española. INFANTERÍA humilde y necesaria como el pan, que moja
en todas las salsas y por Dios que no falte. INFANTERÍA machacada y estrujada
como uvas que se hacen vino alegre y suben a la garganta en palabras sencillas:
"esto no es nada", "está hecho", "no importa" o
"todavía aguanto". Naturalmente, no nos engañemos, la INFANTERÍA
reniega, pero sólo lo justo y para que quede claro que es humana.
La
INFANTERÍA es mayormente andar, dormir en el suelo y compartirlo todo. Es haber
entendido que se vive para los demás; que la vida es una larga marcha hasta
llegar al salto de la muerte a la vida; y verlo bien y no tomarlo a la tremenda.
Y es que hasta cierto punto (sólo hasta cierto punto, porque somos de barro y
Ella es Inmaculada), la INFANTERÍA es como su Patrona; y esta es afirmación que
debe esclarecerse:
Probablemente la que dijo: "Hágase en mí según tu palabra" se
mire en los que aceptan, obedecen y aguantan. La que arrancó de su Hijo, en un
milagro antes de tiempo, seiscientos cuarenta litros de buen vino, es porque le
gusta que se beba y se ría. La Hija predilecta del que a Sí mismo se llama Dios
de los Ejércitos; a la que compararon a modo de piropo con un Ejército en orden
de batalla, no puede ser indiferente a los soldados. La Madre de aquel Hijo
andariego que dormía en el suelo y lo compartió todo, puede entender muy bien
la vida del infante. Porque se ha de advertir que aunque es Madre de todos, que
eso no se discute, hay indicios que apuntan a que la Inmaculada tiene
predilecciones.
Placa colocada por el ejército norteamericano en homenaje a las victimas españolas del Yak en la base aérea de Manás. |
Un
encuentro (no diré casual, porque no es fácil apreciar desde aquí lo que hacen
ahí arriba); hubo un encuentro, digo, en una situación de vida o muerte en que
la INFANTERÍA veía sólo muerte –una
visión que aclara mucho el orden de valores y el verdadero sentido de las
cosas. Un 7 de Diciembre de hace bastantes siglos, la INFANTERÍA tuvo que
enterrarse en una isla sitiada por barcos enemigos; cada uno preparaba su tumba
en la trinchera que excavaba cuando un soldado cualquiera encontró a la
Purísima en el barro. Una imagen lozana como acabada de salir de las manos del
artista; y al saberlo, los infantes recordaron el hecho de que la Virgen no
abandona a los suyos.
Lo demás ya
lo saben; fue el milagro de Empel, que dicen los católicos, o una desafortunada
concurrencia de circunstancias insólitas, que dijo el enemigo.
Aquella noche heló y el 8 de Diciembre, el día de la
Purísima, la flota huyó y la INFANTERÍA española, hambrienta y aterida, rompió
el cerco en dos horas.
Por eso
desde entonces, hay una larga historia de amor mutuo. Una historia de amor que
hace cien años tuvo el refrendo de una Real Orden nombrándola Patrona oficialmente.
Una
historia de amor fácil de contar:
Ella que mira siempre por nosotros.
Nosotros, que la llevamos siempre en la mochila de
nuestro corazón.