miércoles, 30 de diciembre de 2020
JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 12
martes, 22 de diciembre de 2020
JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 11
Se encontraba el buen Dios inmerso en la creación de un prototipo denominado “mujer de militar”, cuando entró en su sexto día de trabajo extra. No lograba rematar la tarea. Apareció entonces un ángel y le dijo: “Señor, parece que estás teniendo muchos problemas con este diseño. ¿Qué tiene de malo utilizar también para esto el modelo estándar de mujer? Dios respiró hondo y le contestó: “¿Has visto acaso, piltrafilla, las especificaciones de este pedido? Tendrá que ser totalmente autónoma y, a la vez, ser capaz de representar el papel de “mujer de” que tantas veces le asignarán. Tendrá que ejercer las funciones de padre y de madre durante los despliegues, las maniobras y los servicios; hacer sus mil tareas y, al acabar, convertirse en la perfecta anfitriona, con menos de una hora de preaviso, para cuatro o para cuarenta; hacer frente, sola, a mil emergencias inimaginables sin contar con libro de instrucciones alguno, funcionar a base de café solo y, además, todo con alegría, incluso embarazada o enferma porque no podrá permitirse el lujo de parar y, en medio de todo eso, estar dispuesta a mudarse nueve veces en trece años. Tendrá que tener siempre preparado un beso que lo cure todo, desde la rodilla raspada de su hija a los días de frustración y decaimiento de su marido; en cuanto tenga oportunidad, tendrá que salir a trabajar también fuera de casa porque, con un sueldo, pasarán estrecheces. Tendrá que tener la paciencia de una santa mientras espera tener noticias de su marido, pero sabiendo que, a veces, es mejor no tenerlas. ¡Ah! Y tendrá que tener seis pares de manos”.
“Señor –dijo el ángel agarrando suavemente su brazo–, váyase a la cama, descanse un poco y ya lo acabará mañana”. “No puedo parar ahora –contestó Dios–. ¡Estoy tan cerca de crear algo único! Ya he conseguido que sea capaz de curarse a sí misma cuando cae enferma; de alimentar y cobijar a seis huéspedes inesperados y de decir adiós a su marido sin tiempo de hacerse a la idea de que tiene que irse”.
El ángel rodeó el modelo caminando muy despacio y, mirándolo muy de cerca, suspiró. “Parece excelente, pero es demasiado débil” –dijo balanceando la cabeza de un lado a otro–. “Puede parecer delicada, pero tiene la fuerza de una leona –exclamó Dios apretando los puños–. No podrías creer lo que es capaz de soportar”. Finalmente, el ángel se inclinó y acarició la mejilla de la creación del Señor. “Tiene una filtración –dijo no sin cierto punto de satisfacción–. Algo ha ido mal en el ensamblaje. Ya le dije que estaba intentando meter demasiadas cosas en este prototipo”.
“Eres un genio”, exclamó finalmente el ángel. “No. Soy Dios” y, mientras bajaba su Divina Mirada, sombrío, añadió: “Pero yo no la puse ahí”.
viernes, 18 de diciembre de 2020
JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 10
Llegué de Herat con tiempo suficiente para dejar los calzoncillos pegados en el techo, darme una ducha, cambiarme de uniforme, meter un par de mudas nuevas en la mochila y, sobre todo, pasar al modo tough guy. Nunca he dudado de mi profesionalidad, pero con mis nuevos compañeros de viaje lo último que te apetece es cometer la típica cagada de "nasío pa matá". El selecto grupo que íbamos a viajar al Mando Regional Sur, en pleno cinturón pastún, estaba formado por ocho tenientes coroneles y comandantes norteamericanos de la tribu..., y yo. Todos ellos con los huevos más negros que mi alma, con despliegues en Irak, Afganistán, Sudamérica y África. Y todos, menos el teniente coronel médico, más jóvenes que yo. En fin, esto último es lo que tiene la envejecida “mili” de España. Me considero un tipo de campo más que de despacho —aunque sea frente a un ordenador donde llevo los últimos ocho años, pintándome la cara con Tippex para camuflarme entre los papeles que te comen en este eterno empleo de comandante— y sé que sólo del roce con esta peña aprendes un huevo de cosas.
Todo en su uniforme está hecho por algo y ese algo está relacionado con el combate. Bolsillos amplios, con cierre de verdad y accesibles desde la posición de sentado o con el chaleco puesto —como sueles ir en un blindado o en un helicóptero—; porta-bolígrafos en el antebrazo, por lo mismo; velcros amplios para los parches, no los de unidad, los tácticos, como el grupo sanguíneo, el puesto en la patrulla o los de identificación IR; y botones grandes, cremallera o velcro, dependiendo del sitio, para facilitar el acceso –los mini-botones de la bragueta del nuestro son de coña: tardo media hora en desabrocharlos en verano y en el aseo, así que, en invierno, en mitad del monte, aterido de frío o con guantes, me puedo dar por meado. En fin, me pondré un dodotis–.
jueves, 10 de diciembre de 2020
JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 9
Regalo de mi hija la noche antes de venirme a Afganistán. |
Dije hace algunos meses que tenía que escribirle unas líneas a mi hija y aquí estoy, sentado delante del ordenador, dispuesto a ello. No es fácil, porque aunque siempre escribo impulsado por sentimientos, en este caso están haciendo que se me nuble la vista y me tiemblen las manos sobre el teclado. Casi cinco meses de misión y, por qué no, la edad, están pasando factura a mi otrora duro corazoncito. Nos conocimos en la ciudad china de Nanning hace ya seis años. Recuerdo que mi mujer y yo la reconocimos de inmediato en cuanto entró en la sala en brazos de su cuidadora. Era la más pequeña de todas, once meses, y desde la seguridad de su atalaya humana observaba curiosa el espectáculo. No lloró en ningún momento. Aceptó los brazos de su madre, tranquila, los ojos bien abiertos, ajena a los llantos que la perspectiva de cambio había provocado en sus compañeras de orfanato. No imaginé ni remotamente lo que me esperaba, aunque debería haberlo hecho: esa pequeñaja de ojos sorprendentemente redondos, negros y profundos, boca desdentada pero de labios perfectos, naricilla de botón y aparente fragilidad, escondía la fortaleza de carácter de un monje Shaolin. Y la iba a necesitar, porque “papá comandante” tampoco es un tipo fácil…
Pero el tiempo pasa y, en efecto, del roce nace el cariño, el amor y la pasión y ahora me dejaría arrancar la piel a tiras sólo por un “abrazo fuerte” de los suyos. Porque ella no se imagina lo que significa para mí que me dé la mano durante los paseos, ver una película juntos “recauchutados” los tres en el sillón, que se meta con nosotros en la cama a no dejarnos dormir o que me ayude los viernes a hacer la pizza de la cena. No se imagina lo orgulloso que me siento cuando la veo leer por la noche, recostada en su cama como si fuera un adulto relajándose después de un día de trabajo; o hablar y escribir en inglés; o montar en bicicleta; o caerse, una y otra vez, con sus patines puestos; y, una y otra vez, volverse a levantar. No sabe cómo echo de menos aquí rezar cada noche con ella, sentado al borde de su cama, pasar antes de acostarme a arroparla y darle el último beso del día muy suavecito para no despertarla, hacerle cosquillas hasta que se le salten las lágrimas de tanto reír o ponerle la crema por las mañanas, aún medio dormida, antes de irme a trabajar. No se imagina que la oigo cómo se levanta los días festivos, despacito para no molestarnos, se pone su bata rosa y se va al salón a ver los “dibus”, en inglés, independiente y autosuficiente.
No, no es la mejor, ni la más lista, ni la más guapa, ni la más obediente. Pero es mi chica, mi “gordi”, mi punto débil y le arrancaría la tráquea sin dudar un segundo al que siquiera pensara en hacerle daño. Y eso que sabe que conmigo tiene poco margen, que nada más le falta el gorrillo para funcionar como una cabo de la Legión. Nos comería por los pies si no lo hiciera así. Nadie me ha sostenido la mirada como lo hace ella cuando la regaño. Nadie. La he visto, cuando todavía casi no levantaba ni un metro del suelo, comerse una bronca con azote incluido, dirigirse despacio a su cuarto sin derramar una sola lágrima, cerrar la puerta y allí, sin testigos, explotar en llanto. No se permite el lujo de que la vean vencida…, salvo cuando le interesa en su refinada estrategia de manipulación. No será nada fácil el futuro que le tocará vivir y yo, puede que equivocado, he decidido “armarla” para ese futuro a costa de no ser el “papá colega” que seguro ella hubiera preferido y que tan de moda está ahora. Disciplina y esfuerzo, pero también flexibilidad y cariño. Cooperación, familia, respeto y verdad. Unidad en lo bueno y en lo malo. Sabe quién es y de dónde viene, igual que sabe que su padre no está repartiendo “bollicaos” en Afganistán.
A ella le dedico esta oración, traducción libre de la escrita por el general norteamericano Douglas MacArthur[1]Porque llegará un momento en que tendrá que luchar sola en esta perra vida… Pero, no todavía… No todavía…
sábado, 5 de diciembre de 2020
JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 8
Como decía, Bossie es mi amigo. Como Chris, el escocés, que ha vuelto de permiso sin la barba y parece casi humano; Darek, el polaco que ya es casi como un hermano; Enricco, el italiano que sustituyó al gran Giuseppe; Al, británico, que parece el “hermano” chungo de los Beatles; Robert, un sueco de dos metros por dos que más lo quisiera alguna; Morgan, un danés con el que coincidí en Bélgica y unos cuantos más. La mayoría son una panda de tipos duros, de esos que hacen que aprietes el culete –y los puños– cuando te los encuentras en un callejón oscuro, pero aquí hemos hecho buenas migas. Puede que sea que me ven como "uno de los suyos", no lo sé, pero el caso es que yo estoy orgulloso de llevar el mismo parche que ellos.
No generalizo, tengo buenos amigos, tíos geniales, y hasta algún compañero de promoción al que aprecio infinito, pero también he tenido situaciones desagradables. A veces me siento a comer con otros españoles y, al segundo, alguno, normalmente de empleo superior y al que prácticamente no conozco, empieza con las coñas y estereotipos del "matapollos". Levanto la mirada y le pongo la misma cara que me pone Bossie cuando le digo que le veo más pálido, más a lo Michael Jackson. Sigo comiendo y, al rato, vienen los comentarios "en serio": "Oye, cómo os pasáis los de tu tribu, os habéis cargado a quince en no-sé-dónde” o “el otro día en una operación un australiano le pegó un tiro a una mujer. Ya ha salido en todos lados, a ver cómo arreglamos eso, porque así no hay forma"… Y yo, que, como en la canción de Cecilia, no digo nada porque lo sé todo, le miro, me mira y, finalmente, se calla. Lo peor es que creo que lo piensan de verdad. Es como si un hedor putrefacto a síndrome de Estocolmo se escapara de vez en cuando de alguna tubería. Sinceramente, viendo actitudes así, entiendo que en España haya gente que nos vea a los militares como una especie de mercenarios psicópatas asesinos. Si ese es el pensamiento de un tío de uniforme aquí que, aunque no salga de su puto agujero en seis meses, ve lo que realmente está pasando, qué no hará un civil intoxicado o desinformado.